Mi abuelo era francés,
pero yo no le creía.
Era un hombrecito seco y arrugado
como una pasa, como un carozo olvidado,
aunque en las fotos
parece un galán de cine.
Había estado en la guerra,
era mecánico de aviones
y sacaba fotos desde el cielo.
Pero, ¿por qué nunca nos hablaba en francés?
Le traía recuerdos muy tristes,
decía mi tía.
Una tarde lloró
con una película de soldados
que cantaban la Marsellesa.
Entonces empezamos a creerle.
Había cerrado la puerta de un idioma
y arrojado la llave al interior del silencio.
Mi abuelo no hablaba casi nunca
pero cuando lo hacía,
su voz parecía gestarse
en algún rincón de su memoria
para acarrear todo el dolor de mundo
en un aluvión que nos aplastaba.
Se pasaba todo el día tomando té
y arreglando un Siam Di Tella que jamás vimos larrancar
Usaba un corset de lona
porque tenía algo,
nunca nos dijo bien qué,
pero suponíamos la fuente de toda su amargura