Alimentábamos el hueco con más silencio
una boca muda que se volvió noche,
dábamos palmadas a sus bordes
acariciábamos su suave oscuridad de musgo
como si fuera el pelaje de un animal que agoniza.
Después metíamos las manos verdes en los bolsillos
tratábamos de anudar un gesto a un recuerdo,
repetir tu nombre en una voz
que nuestra sombra reconociera como propia.
Y así pasamos de la oscuridad
a caminar arrastrando la herida
como una lata vieja.