Quién sabe, Alicia, este país
no estuvo hecho porque sí
Te vas a ir, vas a salir pero te quedas,
¿Dónde más vas a ir?
Y es que aquí sabes
el trabalenguas traba lenguas, el asesino te asesina,
y es mucho para ti.
Se acabó ese juego que te hacía feliz…
Canción de Alicia en el país (Bicicleta, 1980)
Preludio
Cristina, a quien tantos suelen invocar para justificar sus posiciones o para denostarla, en una célebre entrevista junto al escritor David Viñas a mediados de los noventa, una de las tantas veces en nuestra historia en las cuales todo parecía perdido, le respondió al pesimismo resignado del intelectual: “yo soy militante política, y como militante tengo la obligación de ser optimista”.
Ya pasaron más de cien días del gobierno libertario y la desazón y la falta de esperanzas de parte importante de la militancia y dirigencia del campo popular es notoria. Pareciera que el “fin de época” del cual tanto se ha hablado hubiera traído con él una derrota que muchos interpretan como definitiva. Pero los peronistas y todos los militantes populares sabemos desde siempre que así como “ninguna victoria es permanente, ninguna derrota es definitiva”. Lo aprendimos muchas veces y con mucho costo en vidas y en sangre como movimiento. Y esta derrota coyuntural no puede ni debe ser leída como estructural porque, como nos enseñó Hebe, “la única lucha que se pierde es la que se abandona”.
El movimiento obrero, los movimientos de mujeres y de desocupados dieron los primeros pasos. El 24 de marzo cientos de miles poblamos las calles del país. Las huelgas y movilizaciones a los ministerios siguen. Se vienen en las próximas semanas varias movilizaciones importantes convocadas por distintos sectores y un paro de la CGT. En los barrios, con todas las dificultades que implica este gobierno antipopular, se organizan y resisten como pueden. El problema no está en la voluntad de las bases de nuestro movimiento; el problema está en que la sensación de derrota en la que está imbuida gran parte de nuestra dirigencia le impide conducir esa voluntad de pelea de los propios y, mucho más, mostrarse como esperanza ante el conjunto de esa parte de nuestro pueblo que hace pocos meses nos dio la espalda.
La derrota se puede romantizar. Puede provocar nostalgia por aquello que fue y ya no es. Pero esta nostalgia, que en términos individuales puede ser hasta placentera en algunos momentos, en términos colectivos se transforma en letal. Quien interpreta este momento como el fin de nuestra historia oscila entre esa nostalgia de la que hablábamos, el ostracismo, la inacción y el cinismo. Esto puede derivar en un “sálvese quien pueda” que implicaría verdaderamente algo mucho más complejo de revertir y de suturar hacia el futuro, tanto en el adentro de nuestro movimiento como en el afuera, de cara a aquellos a quienes tenemos la obligación de volver a representar.
También en los noventa, otro conocedor de las idas y venidas de la historia de los pueblos del sur durante décadas, el poeta Mario Benedetti, escribió un célebre texto titulado “No te salves”. Ese debería ser nuestro norte y el de nuestra dirigencia.
Pero si hay un artista que desde hace cincuenta años viene relatando nuestra historia en canciones e incluso anticipándose a ella, es Charly. Desde Sui Generis hasta el presente, pasando por diversos grupos y formaciones, nos cantó la historia de nuestro país como lo hicieron muy pocos. Y le puso el cuerpo. La cita con la que empiezan estas aguafuertes es una muestra de esto. Pero Charly, a su vez, se fue reinventando todo el tiempo. Siempre fue Charly y siempre nos contó nuestra realidad, pero los estilos cambiaron permanentemente. Si hasta Maradona sentía profunda admiración por él, pese a la distancia que los separaba, tanto en términos de procedencia social como en cuanto a la pasión que encarnaban. La esencia de su arte nunca se modificó, pero las canciones y las melodías fueron cambiando. Por eso lo elegimos a él como eje de estas nuevas aguafuertes respecto de lo que nos pasa, ya que ese es uno de los tópicos del debate implícito y explícito hacia el interior de nuestro movimiento: ¿Cuánto debemos y podemos cambiar sin dejar de ser nosotros mismos?
I. Salir de la melancolía (Peperina, 1981)
Quisiera una canción para un amigo que no puede salir de la melancolía eterna de sufrir. Esta frase, como venimos diciendo, podría ser aplicada a muchos actores de nuestro movimiento que ven en un espejo y no en el horizonte la imagen en la cual fantasean con ser protagonistas. Ninguno de nosotros escapa del todo de esa sensación que es, en alguna medida, comprensible. El mundo y nuestro país cambiaron drásticamente para peor en los últimos años. Pero esa melancolía es contraproducente a la hora de pensar la política. Un proyecto político implica eso: “proyección”, y eso necesariamente se enmarca en una visión de futuro. El mismo puede tener características similares al que encarnamos desde hace casi ochenta años, pero también va a tener diferencias sustanciales que tenemos que asimilar. Entre los cambios que hubo no solo cambiaron el mundo y el país. Cambió nuestra dirigencia, cambiamos cada uno de nosotros y cambiaron, de manera radical, las características de nuestro pueblo, el “sujeto” al cual queremos representar.
Sueña que vos sos como quiere él y así todo lo va a perder. No comprender el cambio estructural que se produjo en la agenda y las demandas del campo nacional y popular es no comprender la etapa en la que nos encontramos. Y este diagnóstico erróneo puede implicar tanto el darla por cerrada como imaginarla en el futuro a imagen y semejanza de nuestros mejores años. Si hay algo que aprendimos en las últimas décadas es que la historia no tiene un destino inexorable; ese destino se construye, y se construye colectivamente, sea en la alianza social y política que sea, y con la correlación de fuerzas que se dé al interior de la misma. El peronismo tiene que seguir representado estructuralmente a la clase trabajadora. Pero también tiene que representar al conjunto de nuestro pueblo que está constituido por todos y cada uno de los sectores subalternos de nuestra patria: además de los trabajadores, a las mujeres, los jóvenes, las disidencias de toda índole. También a los que forman parte de la economía popular y están fuera del sistema laboral y salarial tradicional al que reivindicamos, aunque quizás para algunos, de un lado y del otro del mostrador, esto sea un anacronismo histórico. Los pueblos originarios, los jubilados, los pequeños y medianos empresarios, y lo poco que quede -cada vez menos- de la tan polemizada “burguesía nacional”. Todos ellos también son actores que tienen que ser parte de nuestro frente político. Una cosa es jerarquizar las demandas que necesitamos expresar de acuerdo a nuestro ideario histórico, y otra muy distinta es negar a las nuevas demandas que tenemos la obligación de incorporar en nuestra agenda política. Como veremos, la doctrina no es una foto congelada sino una película en perpetuo movimiento, ya que el eje de la misma es el de representar en nuestra patria al campo de los oprimidos en su totalidad.
No alcanza con representar a los que representamos hace veinte, cincuenta u ochenta años. El enemigo construyó un bloque de poder al cual solo es posible enfrentar en todos sus flancos. El resultante de esa confrontación será el orden que nos toque vivir en los próximos años, pero primero tenemos que estar dispuestos a dar esta pelea de verdad. En todos los frentes. El neoliberalismo penetró en nuestras filas hace rato y esta derrota acentuó este proceso. Hay que barajar y dar de nuevo, lo más rápido posible. Las cosas son como son y los actores expresan lo que expresan, sea en términos sociales, políticos o en ambos sentidos. Esta es la realidad en la cual se encuentra hoy nuestro movimiento. Es urgente que en la discusión por arriba y en la calle esto se exprese en un proyecto que contenga al conjunto. Pero para esto, los egos deben correrse del centro de la escena y debe primar el sentido de lo colectivo por sobre lo individual. Rompe las cadenas que te atan a la eterna pena de ser hombre y de poseer, es un paso grande en la ruta de crecer.
II. Demoliendo hoteles (Piano Bar, 1984)
Yo fui educado con odio y odiaba a la humanidad. Los más de cien días que pasaron del gobierno de Milei nos muestran que el proyecto de poder que pretende encarnar es el de “toma todo”. Nosotros somos el otro a enfrentar, “el mal a erradicar”. Sin embargo, el escenario es tan complejo que a veces no queda ninguna otra alternativa que negociar con los distintos actores del poder. Eso es una cosa que en este momento es inevitable, aunque sepamos que ese poder expresa sin lugar a duda, en términos de proyecto de país, a nuestro enemigo histórico. Pero ahora recargado, más poderoso e incluso aparentemente expresando -en términos no solo electorales- a parte de nuestra base social histórica que se siente asqueada de la política, y mucho más después de lo que la misma implicó para una parte de nuestro pueblo, en términos de privilegios, durante la pandemia. Esto es algo que tenemos que asumir claramente. Un sector de nuestra población, no solo sectores del poder sino una parte importante del pueblo plebeyo, ve en el Estado y en la política a algo como mínimo irritante. En ese campo se sembró la idea libertaria de “casta”, aunque sepamos que oculta gran parte de la verdad. El problema es comprender, no simplemente tener razón. Perón decía que “conducir es persuadir”. Pero para persuadir hay que entender. Persuadir es un proceso dialéctico en el cual un dirigente enseña y aprende al mismo tiempo. Habla y escucha. La conducción no es nunca unidireccional, por más que algunos nostálgicos de pacotilla pretendan hacernos creer lo contrario.
Como decíamos, la complejidad de la etapa en algunos casos nos obligará a negociar. Y negociar es siempre negociar. Es ceder algo para obtener otra cosa a cambio. Pero, también, sabemos desde siempre que “Roma no paga traidores”. No todo es lo mismo y no todo es negociable, porque en el intercambio de cartas espurio, como nos demostró la Historia, perdemos todos, incluso los que pretendieron sacar ventajas de esos acuerdos por debajo de la mesa. Esto le pone al conjunto de la dirigencia de nuestro movimiento nacional un límite a partir del cual no se puede transigir.
Ahora no estoy más tranquilo, ¿y por qué tendría que estar? Todos crecimos sin entender y todavía me siento un anormal. La situación es compleja; hay quienes apuestan a una salida ordenada y quienes apuestan a un final abrupto, también de ambos lados del mostrador. Pero sean cuales sean los tiempos y las formas de la salida de este proceso -del que sin dudas vamos a salir-, el peronismo tiene que mostrarse como alternativa. Al menos para galvanizar la tropa propia y enfrentar la que venga, que en cualquier caso va a ser compleja en el corto y en el mediano plazo. Sin Movimiento Nacional somos todos individuos o pequeñas facciones o sectas, pero no hay un nosotros. Reconstruir ese nosotros es la tarea del ahora; que sea como tenga que ser, pero que sea. Acá hay que discutir todo, cada cual expresando lo que expresa.
Entender esto que venimos diciendo es entender que para volver a enamorar a nuestro pueblo tenemos que ser un coro, aunque ojalá haya un solista que destaque. Pero un solista puede cumplir un rol solo si es acompañado por el conjunto. Si no es simplemente un trovador, un predicador en el desierto. Esto es algo que deben comprender el conjunto de los actores del peronismo. Para enfrentar al macrismo nos planteamos como eje de la construcción una frase: “es con todos”. La experiencia fue fallida y el balance de esa etapa es parte de lo que debemos saldar colectivamente, pero sin entrar en un interminable pase de facturas si pretendemos ser nuevamente una alternativa de poder. Pero eso no implica que aquella frase que funcionó como eje estructurante de la reunificación del peronismo haya perdido vigencia: sigue siendo “con todos y todas”. Y ese todos no tiene por qué referirse solo a la dirigencia, sino al conjunto de los actores sociales, políticos y económicos de los que venimos hablando. En alguna medida hay que dejar de mirar para atrás y empezar a mirar para adelante. También, quizás, quien encabece una etapa del Movimiento Nacional fuera del poder y en resistencia no sea el mismo que encarne nuestro retorno al mismo. Eso también está demostrado históricamente y, más allá de las figuras políticas de mayor relevancia, ningún dirigente del peronismo tiene nada garantizado si no articula con el conjunto de los actores del mismo. ¿Esto implicará dificultades? Sí, muchas. Pero es la obligación de quienes quieran continuar siendo parte de la conducción del movimiento encontrar las instancias para resolverlas y saldar las diferencias, que no pueden haberse transformado en estructurales. Ojalá en este marco, sea cuando sea, más temprano que tarde, podamos pensar que el loco que nos gobierna esté obligado a cantar: Y hoy paso el tiempo demoliendo hoteles. Mientras los pibes allá en la esquina pegan carteles…
III. Dos cero uno (Transas) (Clics Modernos, 1983)
Él se cansó de hacer canciones de protestas y se vendió a Fiorucci. Como decíamos, la sensación de muchos sectores “plebeyos” es que quienes estamos ligados a la política somos privilegiados. Y, en algún punto, sabemos que lo somos. Podemos construir una analogía entre el “venderse” y el que nos lean como los dueños de la pelota. La sensación que tiene parte de nuestra población de que los distintos niveles de la dirigencia y la militancia peronista somos parte de la casta es algo con lo cual tenemos que lidiar y a lo cual debemos combatir, no solo en términos discursivos sino también en términos de prácticas. Como alguna vez dijimos: no solo hay que ser; hay que parecer. En ese sentido, para quienes nos ven desde afuera y a la distancia parecemos un grupo de jugadores peleándose por un botín cada vez más pequeño. La permanente lucha de egos, que no expresan aparentemente diferencias ideológicas sino simples disputas de poder, nos alejan más y más de la sociedad.
No vamos a hacer una lectura virginal ni cándida de la disputa. Somos peronistas y tenemos una historia en la cual esas disputas se dieron hasta trágicamente. Pero las consecuencias de esa falta de síntesis fueron casi treinta años de oscilación entre la muerte y el exilio, la asimilación al sistema y el enfrentamiento al mismo desde distintas posiciones. Cuando no nos pusimos de acuerdo en los momentos en los cuales avanzaba el enemigo, nos costó demasiado y todavía nos cuesta; también le costó y le cuesta muchísimo a nuestro pueblo. Hay que actuar con responsabilidad, no es momento de purismos extremos pero tampoco de oportunismo solapado. El tiempo que se avecina va a ser complejo, pero hay que actuar pensado desde ese optimismo del cual nos hablaba Cristina en los noventa. Hay que reconstruir lo colectivo y delinear un horizonte.
No se alquiló un guardaespaldas negro, no era Lennon ni Rucci. Las conductas individuales de cierta parte de nuestra dirigencia también son parte de lo que nos pasa. El definir cuáles son los límites de lo que está bien y lo que está mal en términos éticos y morales en relación con nuestro discurso es imprescindible. Un yate en Marsella supera los límites de lo aceptable. La foto en Olivos en medio de la pandemia inauguró una saga de escándalos ligados a integrantes de nuestro campo del cual no todos se salvan. Además, sabemos que el poder opera sobre eso desde siempre y con todas sus herramientas – ahora potenciadas- para correr el eje de la discusión y ocultar la verdadera disputa que se da en el seno de nuestro país como parte de la escena global, cada vez más incendiada.
Tenemos en claro lo que está en frente. Tenemos en claro que los sectores agredidos son cada vez más, tanto en términos sociales como políticos. Eso implica que en nuestro horizonte se van a conformar alianzas tácticas con distintos actores impensables hasta hace poco tiempo; tenemos que reconocer que la candidatura de Massa expresaba hasta cierto punto esta lógica. Incluso podríamos decir que ya la expresó la de Alberto en 2019. La situación es de una gravedad tal que puede pasar cualquier cosa en ese sentido, y los que hasta ayer estaban de un lado mañana pueden estar del otro y viceversa, con todos los matices que podamos imaginar. El “libro de pases” va en paralelo al “salto con garrocha” cuando reina la confusión como ahora. Pero pase lo que pase, nosotros tenemos que tener en claro a quién queremos y tenemos que representar, más allá de cualquier debate. El peronismo, en esta realidad tan distópica, tiene que volver a expresar una alianza social que tienda a ser hegemonizada por los sectores populares, más allá de la amplitud de los actores que la integren. Nos lo enseñó Perón, nos lo enseñaron Néstor y Cristina. Y hoy, ese es el lugar desde el cual hacerse presentes tanto en el palacio, es cierto, como -y fundamentalmente- en las calles. Nadie decretó la muerte del pueblo como sujeto y ese pueblo hoy resiste. Un día volverá a las fuentes. No creo que pueda dejar de protestar.
IV – Superhéroes (Yendo de la cama al living, 1982)
Estás buscando direcciones en libros para cocinar. Estas mezclando el dulce con la sal. La confusión que generan ciertos discursos y ciertos actos espanta a una militancia que quiere, que ruega ser conducida. Pero el problema es que ante un mal diagnóstico de cuál es realmente la composición actual de nuestro “sujeto histórico” y cuál es la situación real de nuestro país en este contexto tan volátil, no tenemos proyecto y, por lo tanto, como decíamos, futuro. Pensar que es posible reconstruir el estado de cosas de hace veinte, cincuenta o setenta años a veces parece ilusorio. Pero hay que ofrecer un proyecto de país a nuestro pueblo si queremos seguir existiendo. Y queremos seguir existiendo. La historia está llena de derrotas que parecían definitivas y no lo fueron. ¿Qué significaron acaso el 55 y el 76? El 2015 fue un chiste de mal gusto comparado con eso. Los noventa fueron el ejercicio de disciplinamiento más sofisticado que habían inventado hasta hoy las clases dominantes. En esos años, un sentido común servil se instaló en gran parte de la dirigencia peronista y negar esto sería negar la realidad. Pero lo que tenemos hoy en frente es un bicho más raro y más complejo. No sabemos con certeza desde y hasta donde llegan sus tentáculos, pero sabemos que son muchos y que esta vez están operando también sobre nuestra base social, merced -en parte- a nuestros propios errores.
Mirando superhéroes, superstars. “Un hombre común con responsabilidades importantes”, decía Néstor refiriéndose a sí mismo cuando era presidente. Mirarse en el espejo y verse a sí mismo como predestinado para protagonizar la historia es una quimera. En doscientos años de historia que llevamos como país tuvimos pocos líderes de verdad. Nuestros próceres nunca llegaron a ejercer el poder en el siglo IXX. Rosas encarnó la defensa de los intereses nacionales después de la independencia, con todas las discusiones que esto sigue suscitando. En el siglo XX podemos discutir Yrigoyen, pero no podemos discutir a Perón. Tampoco podemos discutir a Néstor y a Cristina en el siglo XXI. Ellos expresaron un proyecto de ampliación de derechos, mayor autonomía nacional y mejora en las condiciones de vida de nuestro pueblo, sin lugar a duda. Tuvimos próceres. Tuvimos líderes. Pero superhéroes tuvimos uno solo: nuestro pueblo. Se expresó en las guerras de independencia, en las montoneras federales, en la chusma radical. En la resistencia peronista. En los sindicatos y en las Madres durante la dictadura. En las primeras huelgas anarquistas contra el orden impuesto a sangre y fuego por la generación del ochenta, que tanto reivindica este gobierno. También se expresó, antes, con nuestros pueblos originarios enfrentado a la conquista. Y ese pueblo es el que tiene que protagonizar, con la dirigencia que construya en la próxima etapa nuestro proyecto.
Hay un horrible monstruo con peluca, que es dueño en parte de esta ciudad de locos. Hace como que baila con la banda en la ruta, pero mientras les roba el oro y les da unas prostitutas. Milei es una consecuencia no solo de la estrategia del enemigo sino, como decíamos, de nuestros “errores no forzados”. En cualquier juego, sea este más o menos real, quien mueve las piezas intenta aprovechar la debilidad de su oponente y eso fue lo que hicieron con nosotros a partir del 2019 con todos los matices que podamos tener respecto de las responsabilidades y las causas de nuestro decididamente “mal gobierno” para la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Él no nos ganó. Perdimos nosotros. La gente no se expresó claramente a favor de un proyecto sino en contra del peronismo que gobernó. También es cierto que retuvimos la Provincia de Buenos Aires –también Formosa y Catamarca, entre otras- y cientos de intendencias y espacios institucionales a lo largo y a lo ancho del país. Esto es una novedad en una etapa de estas características tan emparentadas con la resistencia, y define también una correlación de fuerzas desde la cual partimos. Pero esta situación tan novedosa no hay que dilapidarla desangrándonos en peleas internas.
El núcleo duro libertario ronda en los votos que obtuvo en la primera vuelta, que es un montón, pero no constituye una mayoría de nuestro pueblo. Al menos no ahora y, en parte, eso depende de nosotros. Los sectores agredidos son vastos y es nuestra obligación articular al conjunto de ellos como primer horizonte en el corto plazo. Los docentes. Los feminismos y la comunidad LGBTQIA+. La comunidad universitaria y científica. Y como ya dijimos, los trabajadores formales y los de la economía popular.
Ya ves no somos ni turistas ni artistas de sonrisa y frac, formamos parte de tu realidad. Los protagonistas de nuestra historia tienen que pasar al centro de la escena. En cada sindicato, en cada barrio, en cada aula de una facultad o escuela. En cada discusión en el colectivo o en el supermercado tenemos que dar el debate porque no podemos pensar que el cambio en el “sentido común” de gran parte de nuestra sociedad es irreversible. Hay que sembrar la semilla de la esperanza en el discurso y con nuestra práctica. La “batalla cultural” es interminable. No es que un día se gana. Tampoco que un día se pierde. Se disputa todo el tiempo y en todos los terrenos. Alguien definió hace más de un siglo, con otras palabras, esto a lo cual nos estamos refiriendo. Uno que nunca perdió el optimismo, escribió desde las cárceles del fascismo respecto de lo permanente que es la lucha por la “hegemonía”. Hoy, más allá de los individuos tenemos el mandato histórico de expresar un proyecto y nuestra militancia y nuestra dirigencia tienen que asumir ese mandato en plenitud, sea de la manera que sea. No hay lugar para debates interminables, pero la discusión, como decimos hace rato, se va a dar al descubierto y a “cielo abierto” como ya se está dando. No se puede tapar el sol con las manos. Como diría el General: “la única verdad es la realidad”.
Y entonces mírame a mí tratando que se muevan estos pies bajo la luz, tocando hasta el amanecer. Asumir esta realidad implicará quizás resignar protagonismos, sea por decisión propia o por imposición de la misma y el conjunto de los actores de la política de nuestro campo, que se torna cada vez más difuso y volverá más compleja aún la etapa que se inicia. Pero la amplitud no deja de tener límites y condicionantes. Y uno de esos límites, quizás fundamental, es cuál es el protagonismo que le damos a nuestro pueblo en la etapa que se avecina y cuánto resignamos de nuestro rol individual en pos del conjunto y de la historia que nos precede y nos trascenderá. Si queremos seguir expresando uno de los campos en los cuales se dividió históricamente nuestro país, tenemos la obligación de construir esperanza y darle a nuestro pueblo el protagonismo que amerita la etapa, para que nos vuela a decir: quiero verte… verte otra vez.
Coda:
No voy a parar, ya no tengo dudas. La inacción no es una alternativa. Hay que hacer política y dar la disputa y el debate en todos los niveles. En la superestructura del poder, en las instituciones, en nuestras organizaciones y en los espacios de base de los que formamos parte. También, como decíamos, hacia el afuera de nuestro movimiento. Hablar con los vecinos, con los comerciantes, con nuestras familias, con los grupos de papis y mamis de la escuela, con los que nos sentamos al lado en el bondi. Lo que tenemos que revertir es la desesperanza, que es el campo en el que germina el odio. Tenemos que convencer al conjunto de nuestro Pueblo de que: Gozar… es tan necesario mi amor. Gozar es tan diferente a matar.
Si no logramos en el mediano plazo revertir este proceso de descrédito de la política como herramienta de transformación en nuestras propias bases, las mismas, como ya lo hicieron el 19 de noviembre del año pasado, volverán a gritarnos: ¡basta!