Para hacer esta armonía
es preciso un nuevo ser
capaz de nacer mil veces sin crecer.
Cuatro notas separadas
y la oscuridad total,
ya no hay tiempo de mirar atrás.
Pero veo el horizonte esta mañana
y de pronto todo parece estar bien.
“Bubulina” (La máquina de hacer pájaros, 1976)
Preludio:
En la primera parte de estas aguafuertes abordamos algunas cuestiones ligadas a nuestro movimiento, su historia, su complejidad, sus liderazgos y algunos problemas que creemos se deben abordar hacia el interior del mismo en esta nueva etapa.
Para eso, tomamos como eje vertebrador de nuestro análisis, que no deja de ser parcial, un puñado de canciones de uno de los más grandes músicos de nuestra historia contemporánea: el insuperable Charly. Es cierto que hay otros artistas contemporáneos en base a los cuales podríamos haber elegido, como lo hicimos otras veces, estructurar los temas que abordamos. El Indio sigue siendo una referencia ineludible como cronista de las últimas décadas; también lo son Fito, el Flaco y algunos más. Pero Charly tiene algunas características particulares que nos ayudan a pensar esta realidad actual desde una perspectiva no ensimismada en la propia poética, más allá de los cambios de estilo que no son privativos de su arte. Charly siempre nos cantó la realidad con una lírica impecable pero no críptica. Casi que sus letras expresaron y expresan la realidad en forma coloquial, como si estuviéramos formando parte de una charla con él acerca de la misma. También, como ya dijimos, es alguien que se reinventó y se sigue reinventado a sí mismo todo el tiempo pero sin perder su esencia.
Por último, casi no encontraremos en sus canciones una actitud ni condescendiente con el poder ni derrotista. Las letras de Charly, incluso en los peores años, siempre contienen una dosis de optimismo. Ese optimismo tan necesario del cual hablamos largamente en la primera parte de estas aguafuertes y al cual seguiremos haciendo referencia, ahora abordando otros tópicos.
I. A los jóvenes de ayer (Bicicleta, 1980)
A simple vista puedes ver, como borrachos en la esquina de algún tango, a los jóvenes de ayer… Podemos decir que en la actualidad conviven en la dirigencia de nuestro movimiento distintas capas geológicas que protagonizaron diversos momentos históricos del mismo. Con Antonio Cafiero partió quizás uno de los últimos sobrevivientes del primer peronismo, ese que algunos denominan, con buenas o malas intenciones, “peronismo histórico”. También forman parte de nuestra dirigencia, en distintos niveles, quienes protagonizaron los dos últimos momentos en los cuales el peronismo pretendió encarnar un proyecto radicalmente transformador de nuestra sociedad: los años setenta y la etapa iniciada el 25 de mayo del 2003, cuando Néstor asumió la presidencia de la Nación reivindicando explícitamente aquella experiencia y diciendo, ante la asamblea legislativa, “formo parte de una generación diezmada, castigada por dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Ese sueño que nos propuso Néstor inauguró una etapa que fue una de las más ricas en cuanto al avance no solo de nuestro pueblo sino del conjunto de los pueblos latinoamericanos. Para quienes vivimos aquellos años, los festejos del Bicentenario expresaron el clímax de una etapa en la cual pensamos que habíamos doblegado definitivamente al enemigo. Su posterior partida, con su masiva despedida y la arrasante victoria de Cristina en las siguientes elecciones presidenciales, nos hicieron pensar a muchos de nosotros que nos encontrábamos ante un escenario “irreversible”. La conjunción en un mismo momento de avance de muchos de los protagonistas de los setenta junto a quienes protagonizábamos esta nueva etapa, nos hizo creer esto que, como se demostró posteriormente, solo era un espejismo derivado de un exagerado triunfalismo. Algunos dirigentes llegaron a hablar de la construcción de un “puente de plata” entre estas dos generaciones como garantía del triunfo histórico. En el medio habían pasado los ochenta y fundamentalmente los noventa, cuando una parte de nuestra dirigencia había sido cómplice de la entrega y la genuflexión que implicó el menemismo. Pero de esto no se habló en su momento y se sigue sin hablar, y hoy vemos cómo muchos de los que dan vueltas alrededor de la mesa del poder de nuestro movimiento, buscando una silla en la cual sentarse, fueron actores centrales de esa etapa. El neoliberalismo lleva muchos años en nuestras filas aunque muchas veces, por oportunismo, varios de sus representantes se hayan puesto un traje más nacional y popular.
Míralos, míralos. Están tramando algo… pícaros, pícaros: quizás pretenden el poder. Tanto en los setenta como en los años del kirchnerismo, fundamentalmente desde que asumió Cristina, florecieron “mil flores”. Decenas, cientos, hasta miles de grupos se organizaban alrededor de la idea de la transformación de este país. Y para transformar este país, siempre estuvo claro, había que disputar el poder. Esto, en ambas etapas, terminó derivando en la construcción de algunas grandes organizaciones que parecieron contener a la totalidad, pero que más tarde quizás algunos comenzaron a vislumbrar como demasiado rígidas y esquemáticas, y que obturaban en alguna medida la riqueza del proceso. Esto no es responsabilidad de nadie en particular, sino que es parte de la dinámica política en los momentos en los cuales algunos sectores creen que el poder real está al alcance de la mano y que la victoria es inexorable. Los ejemplos históricos son interminables a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. Pero aquello que puede ser virtud y/o necesidad en determinada coyuntura, se puede transformar en un corset cuando la etapa cambie. Hay quienes piensan que las mil flores se pueden marchitar si se las coloca a todas en unos pocos maceteros, con el paso del tiempo. Y esto es aplicable a cualquier etapa de nuestra historia, pero sobre todo a los momentos en los cuales lo esencial es resistir y enfrentar la agresión del enemigo desde fuera del poder del Estado. Los últimos años de los setenta son una muestra gráfica y trágica de qué es lo que sucede cuando se coloca como prioridad la defensa de la propia identidad, cuando lo importante es la defensa del conjunto. Algunos de los que se vanaglorian de ser doctrinariamente “puros” y de poseer el jamás hallado “peronómetro”, deberían tener bien en claro el orden de prioridades.
El debate interno no puede ser leído siempre como disidencia. Néstor también nos decía que no quería que las unidades básicas se convirtieran en un simple lugar para tomar mate, sino que debían ser espacios de discusión colectiva. Él no quería una “tropa disciplinada”. La realidad nos impone que todo está en debate y que todas las voces deben ser, a priori, consideradas como válidas. Incluso aquellas que expresan una idea del peronismo anquilosado, anclado en un momento histórico que ya no existe más. A principios de los setenta Perón nos hablaba de “actualización política y doctrinaria”. El peronismo siempre fue mutando, pero sin dejar de ser esencialmente el mismo -salvo en los noventa, cuando muchos de los que hoy sostienen los discursos más moderados, retrógrados o anacrónicos fueron, como mínimo, partícipes necesarios del saqueo-. Retomar entonces la idea de una doctrina y un ideario que se actualizan permanente no debería ser interpretado necesariamente como una agresión a nuestra identidad.
Se besan todo el tiempo y lloran el pasado, como vieja en matiné. A veces, las reuniones de nuestros dirigentes parecen una puesta en escena para la tribuna; mucho abrazo y mucho beso, pero también mucha disputa sórdida y solapada porque, quizás, no existen espacios de debate reales al interior de nuestro movimiento. Como decíamos antes, es imprescindible construir -en privado o en público, pero en la superestructura y en la base- ese afecto societatis que nos siga haciendo sentir parte de un mismo barco. Podemos escuchar disparates y podemos identificar ansias de protagonismo excesivos. Pero lo que hay que discutir, de verdad, es el cómo y el para qué del peronismo en esta etapa, que no pueden ser otros que los de reconstruirse como fuerza y representar, como venimos diciendo, una esperanza.
Contra esto conspiran varias cosas. El enemigo está claramente operando en nuestra interna. Basta ver los medios de comunicación y quiénes son hoy los que hablan en nuestro nombre o pretenden seducir a parte de nuestra dirigencia y de nuestras bases. Algunos se animan a hablar de la amenaza inmigrante o de la injusticia del reclamo de nuestros pueblos originarios. Otros culpan a lo que llaman “agenda progre” de nuestra debacle y cargan contra los feminismos o la defensa del medio ambiente -que, vale recordar, fue postulada por el propio Perón hace cincuenta años-. En síntesis, siguen imaginándose un mundo que ya no existe y, por lo tanto, pretenden representar a un pueblo que es otro distinto del que nombran. Piensan el mundo desde el pasado y siguen sosteniendo que las contradicciones principales son binarias, pero sin complejizar. Es cierto que existen dos campos, pero los márgenes de esos campos se modificaron y las características de los actores son otras. Pese a eso, día a día tendremos que seguir asistiendo a las “bajadas de línea” de aquellos que no se dieron cuenta de que el mundo, el país y nuestro pueblo cambiaron, y pretenden expresar una pureza doctrinaria que solo les sirve para alimentar su propia sed de protagonismo. Esto a su vez nos aleja de las nuevas generaciones, que deberían ser parte central -como lo fueron en nuestros mejores momentos- de nuestro movimiento. Los “jóvenes de hoy y de mañana”, que no pueden ser empujados hacia afuera por los que no resignan ni un ápice de su vedetismo. Grandes valores del ayer serán los jóvenes de siempre, los eternos, los que salen por tv.
II. Cuchillos (Say No More, 1996)
Hay en este lugar mucho para dar. No te puedo mentir porque sos tan fiel. Me viste crecer, me viste nacer y yo te vi reír. Construir esperanza, como ya dijimos, es imprescindible. Pero esa esperanza no se puede construir en base a una ficción. Nuestro pueblo es mucho más sabio históricamente de lo que muchos de nuestros dirigentes suponen; incluso cuando nos dio la espalda, lo hizo por razones que podemos no compartir pero que tenemos la obligación de intentar comprender. Y comprender lo que hoy nos pasa implica un ejercicio al que quizás no estemos demasiado acostumbrados. Estamos obligados a cuestionar nuestras propias certezas. Se nos impone, para volver a ser una alternativa, llegar “hasta el hueso” en el cuestionamiento a nosotros mismos, a nuestras prácticas y a nuestro discurso. También empieza una etapa en la cual, como ya adelantamos, los campos en disputa quizás no sean los mismos que en las últimas décadas. El gobierno libertario corrió la divisoria de aguas hasta un lugar impensado: no solo cuestiona el orden derivado del estado de bienestar encarnado por nuestro movimiento, sino que el orden que quiere imponer es una distopía en la cual conviven elementos que podrían parecernos de ciencia ficción, junto con el modelo -impuesto a sangre y fuego por la Generación del 80- que implantó la oligarquía a fines del siglo IXX. Y hasta es contradictorio en este punto ya que si hay algo que consiguieron las clases dominantes en esa etapa fue construir un Estado. Estado al que el propio presidente cuestiona permanentemente. A su vez, su combate frontal y sin tapujos es contra la etapa iniciada con la Ley Sáenz Peña, que culminó con el ya citado “orden conservador” y comenzó un nuevo ciclo en el cual nuestro pueblo empezó a ser protagonista de la historia. Por lo tanto, entre sus enemigos se encuentra también el primer partido de origen popular de la Argentina: el Radicalismo. El Peronismo es su enemigo, obviamente, salvo en su vertiente menemista a la cual reivindica explícitamente todo el tiempo, lo que no es para nada casual. Esto nos coloca ante una infinidad de posibilidades en cuanto a la conformación de alianzas tácticas para enfrentar al gobierno libertario, siempre teniendo en claro la diferencia entre lo táctico y lo estratégico. Ejemplos en la historia sobran, tanto a nivel local como a nivel global. Desde la política de los Frentes Populares impulsada por el comunismo para enfrentar al fascismo en Europa antes de la segunda Guerra Mundial, pasando por el Frente Nacional francés en el cual se integraron todos los sectores de la resistencia para enfrentar al invasor externo, hasta llegar a la política de “Frente Único” impulsada por Mao aliándose con quien antes y después sería su enemigo, para expulsar a los japoneses. Era él quien decía que, a veces, hay que dar “un paso atrás, para después dar dos hacia adelante”. ¿No nos encontramos acaso hoy ante una situación en la cual podríamos considerar al gobierno libertario casi como a un invasor externo, más allá del apoyo que pueda tener aun en términos sociales, incluso de algunos sectores de nuestras propias bases históricas? ¿No implica ello acaso asumir una flexibilidad táctica que dé cuenta de esa situación sin que ello implique, como venimos diciendo, perder nuestra esencia?
Cuando el cristal se apague en el mar verás que toda esta canción es agonía. En la historia de nuestro país, se dieron algunas situaciones de alianzas tácticas entre sectores aparentemente antagónicos varias veces en nuestra historia. La Unión Democrática es el peor ejemplo que podemos contabilizar. Pero el intento de Perón, en el 72, de una confluencia con el radicalismo puede ser un ejemplo a tener en cuenta. La Multipartidaria para enfrentar a la última dictadura militar es otro ejemplo. También lo puede ser la alianza que se constituyó entre Duhalde, Alfonsín y determinados sectores de la producción, del trabajo y de la Iglesia para poner fin a la convertibilidad y el orden neoliberal. Esta alianza, es bueno tenerlo en cuenta, pese a sus intenciones originales de colocar a los sectores populares en un lugar subordinado a la tan mentada “burguesía nacional”, terminó derivando en el kirchnerismo, que modificó sustancialmente la correlación de fuerzas interna de esa alianza inicial y dio vuelta la taba. ¿Pero es posible pensar hoy en reconstruir esa alianza entre el movimiento obrero y una burguesía que es cada vez menos nacional, para salir de esta situación? ¿No es otro anacronismo pensar en esos términos cuando vemos cuál es el marco de alianzas sobre el que se sostiene este gobierno que integran muchos de quienes formaron parte del frente social y político que dio salida a la etapa neoliberal? ¿No es momento de pensar un nuevo marco de alianzas acordes con la gravedad de la situación?
Decir esto puede incomodar a muchos pero es imprescindible tener en cuenta que, tanto en lo político como en lo social, los actores no son los mismos y, por lo tanto, las alianzas pueden ser infinitamente más complejas en esta etapa, tanto en la superestructura como en la calle, pasando por el conjunto de las instituciones de esta democracia hoy en riesgo. También sabemos que está en juego nuestra persistencia en la historia como Estado Nación, ya que la dinámica del capitalismo actual ha adquirido características que hasta hace poco tiempo nos hubieran parecido inverosímiles. En la disputa del poder global ya no solo participan los Estados, sino que las grandes transnacionales -entre otros nuevos actores- forman parte de la misma. Sin embargo, como sabemos que la historia no se repite, tenemos que movernos con los cuidados necesarios. Ampliar nuestro marco de alianzas tácticas no puede modificar nuestra estrategia que necesariamente tiene que seguir siendo la de constituir un frente político y social en el cual los sectores populares no sean masa de maniobra de otros ni convidados de piedra de un nuevo orden. Y la única garantía de que esto no suceda es que el peronismo encarne un programa que vuelva a expresar a las mayorías y al conjunto de los oprimidos para que en el escenario que logremos construir los sectores que expresan intereses que no son los nuestros no nos vuelvan a correr de la escena. No permitamos que la táctica nuble la estrategia. No seamos ingenuos. Que nunca tengamos que cantar: Esa navaja gris te cortó la voz, se hizo cuchillo al fin.
III. La máquina de ser feliz (Random, 2017)
Pedimos perdón. Corriendo, enmascarando el fin. Por eso te busqué, por eso diseñé la máquina de ser feliz. Como es sabido, cada vez que se produce un cambio estructural en el orden mundial esos cambios repercuten en la sociedad de nuestro país y por lo tanto, en la política. El radicalismo fue fruto del escenario que dio lugar a la llamada Gran Guerra. El surgimiento del peronismo, a su vez, se enmarcó en el contexto de la gran conflagración que implicó la Segunda Guerra Mundial. El surgimiento del kirchnerismo no estuvo exento de vinculaciones con los estertores del mundo unipolar y el comienzo de una nueva etapa geopolítica, en la cual comenzaron a escucharse otras voces en el concierto internacional. Estos ejemplos nos muestran cómo una crisis a nivel global puede implicar la oportunidad de una salida en favor de los sectores populares en estas pampas. También algunos podrían nombrarnos ejemplos a la inversa y habría que tenerlos en cuenta en este contexto pero, como venimos diciendo, partimos de una mirada no necesariamente pesimista de la realidad. Pese al escepticismo de muchos, la moneda aún está en el aire y el orden geopolítico en crisis no se ha definido claramente, por lo cual tenemos la obligación de pensar y actuar a partir de las grietas de este contexto. A esto hay que sumarle la aparición de nuevas formas de comunicación que vuelven el escenario aún más complejo. No hay que dejar de tener en cuenta que las clases dominantes, tanto a nivel global como local, siempre contaron con distintos instrumentos que pretendieron utilizar para la dominación de los pueblos y no siempre lo lograron. Ni la máquina a vapor, ni el ferrocarril, ni la fabricación en serie, ni la radio o la televisión lograron disciplinar perpetuamente a los sectores oprimidos en ningún lugar del mundo, ni pudieron consolidar órdenes injustos de larga duración. Es más, algunas de estas herramientas generaron sus propios anticuerpos y fueron resignificadas en favor de discursos y prácticas transformadoras.
Plateada y lunar, remotamente digital. No tiene que hacer bien, no tiene que hacer mal, es inocencia artificial. Más allá del escepticismo de ciertos autores en boga, que ponen el acento mucho más en el “pesimismo de la razón” que en el “optimismo de la voluntad” que otros autores propugnaron en épocas también oscuras, no podemos perdernos en laberintos sin salidas. Las tecnologías son tecnologías y, por lo tanto, como decíamos, herramientas que pueden ser utilizadas en un sentido o en otro. El problema, en todo caso, es cuáles son las formas de utilizarlas en favor de una práctica contrahegemónica. Es cierto que los poderosos del mundo han construido un complejo tecnológico y comunicacional que condiciona y pretende orientar el sentido común del conjunto de la sociedad a nivel mundial, pero ¿Cuándo no lo hicieron? Ante esto, la alternativa no puede ser ni la resignación ni la pretensión de transformarnos en nuevos ludditas que combatan a las nuevas tecnologías como si fuera posible destruirlas. Tampoco sirve negarlas ni utilizarlas de una manera que solo alimente la imagen que vastos sectores de la población tienen de la política y su dirigencia. El reel con el discurso del diputado, la imagen del funcionario o la funcionaria en un acto intrascendente rodeado de fotógrafos y comunnity manager quizás resten más de lo que suman. Hay que pensar a las nuevas tecnologías, fundamentalmente a las redes sociales, y más allá de los algoritmos que no controlamos, como una herramienta potencial de construcción de sentido en favor de nuestro proyecto. Pero para eso, tenemos que cambiar de raíz la lógica a partir de la cual nos movemos en el universo digital.
Y la felicidad no existe en soledad. La máquina no puede dar. Si hay algo que lograron los libertarios y las derechas de todo el mundo es construir la sensación de que sus adeptos, más allá de encontrarse solos frente a sus celulares, formaban parte de un colectivo. Esto, que ya venía de antes, se profundizó radicalmente a partir de la pandemia y, de verdad, en este caso “no la vimos”. Nos quedamos encerrados en la lógica de los egos y lo políticamente correcto sin tener en cuenta que, más allá de los bots y los ejércitos a sueldo del poder, la lógica de la comunicación actual está basada en ser disruptivos. Fuimos y somos conservadores para gran parte de los que solo se informan desde las redes; las excepciones son pocas, pero existen. Y hay que profundizar en ese sentido sin tenerle miedo a experimentar en base a la prueba y el error. El peronismo y el kirchnerismo fueron disruptivos del orden que pretendieron imponer las clases dominantes. No podemos, por incapacidad, por pereza intelectual o por falta de pericia, regalarles el campo de lo políticamente incorrecto a quienes representan los intereses más concentrados. Tenemos que encontrar una forma de comunicación que nos vuelva a poner en el lugar de lo revulsivo y no en el de los aparentes sostenedores del estatus quo. No podemos entregarle esa bandera a un grupo de mercenarios a sueldo. Pero para eso, hay que animarse a escuchar todas las voces. Fundamentalmente a las más jóvenes. Si bien los escenarios de la política tradicional siguen existiendo, tenemos que entender de una vez por todas que, en esta nueva etapa, además de las instituciones y la calle, existe un nuevo escenario. Decirlo parece fácil, pero hay que actuar en consecuencia porque es imposible pensar en una modificación estructural en la correlación de fuerzas actual si no repensamos nuestra forma de comunicar a partir de las nuevas plataformas que, como venimos diciendo, siguen siendo una herramienta.
Hay tanta gente sola. Hoy tanta gente llora. Quien está encerrado en su casa y mira la realidad desde las plataformas digitales, suele ser también quien está afuera del sistema de trabajo formal tal como lo conocimos y ese es el caldo de cultivo en el cual se instaló el discurso libertario. Aquellos que corren de aquí para allá haciendo changas, manejando su moto para un delivery, saliendo a limpiar casas o vendiendo en un tren, no tienen tiempo para los largos discursos o para que les enseñen cómo tendrían que vivir. “Demasiado texto”, como suelen decir los más pibes. Nuestro desafío es interpretar a esos actores y tenemos la obligación de encontrar las formas para hacerlo, fundamentalmente, a partir de reencontrarnos con los excluidos y los jóvenes y no pretendiendo darles lecciones, sino interpretándolos y aprendiendo de ellos los nuevos códigos, sin los cuales el ida y vuelta de la comunicación se torna imposible.
Hay que construir comunidad para construir esperanza, y para construir comunidad hay que saber comunicarse entre distintos sectores sociales y generacionales porque solo la pertenencia a un colectivo, sea cual sea, cultural, político, o religioso, sigue moviendo el amperímetro de la política en este presente distópico. Escuchemos una vez más a Charly, que en una metáfora sintetiza esto que decimos: La máquina de ser feliz la tiene el Papa y la tengo yo.
Coda:
Yo no nunca vi New York, no sé lo que es París. Vivo bajo la tierra, vivo dentro de mí. Esta frase podría ser dicha por muchos de los integrantes de las clases populares, cuya cotidianeidad transcurre en su círculo geográfico y social cercano. Su barrio, a lo sumo lo que funcione como el centro comercial del lugar en el cual vive. Muy de vez en cuando, “el centro” de las grandes ciudades. Volver a interpelar a esos sectores es algo urgente, y para esto es necesario tener en claro tanto las formas como el fondo de nuestro proyecto. El peronismo es distribución de la riqueza. Pero no es sólo eso. También, entre otras muchas cosas, es distribución de los recursos simbólicos y culturales, e implica un proceso dialéctico en el cual aquello que quizás no es tangible constituye identidad. Esa “identidad plebeya” que siempre nos caracterizó como movimiento y que no podemos regalarle al enemigo. No podemos subestimar a nuestro pueblo. No podemos pensar en una vinculación con él que sea simplemente “desde arriba”, porque esa concepción nos termina alejando del mismo.
Las nuevas tecnologías y los medios de comunicación influyeron siempre y condicionaron la política en muchos momentos de nuestra historia. Pero no podemos pensar a nuestro “sujeto histórico” como pasivo porque, además, es agredirlo en su dignidad. Yo tengo solo esta pobre antena que me transmite lo que decir. Esto no es así, y nunca lo fue. Cristina arrasó con el 54% de los votos enfrentando al complejo multimedial más poderoso de nuestra historia. Perón, dicho por él, ganó cuando tenía todos los medios en contra y perdió cuando tenía todos los medios a favor. Como venimos diciendo, no podemos permitirnos subestimar al pueblo. En todo caso, tendremos que pensar en por qué se perdió esa conexión virtuosa que supimos tener con él y cómo la reconstruimos.
Tenemos que ofrecer un proyecto y tenemos que encontrar la forma de comunicarlo. De cara a los sectores a los que expresamos históricamente y de cara a los nuevos actores que engrosan hoy el que sin dudas tiene que seguir siendo nuestro “sujeto histórico”. Para esto tenemos que llegar a una síntesis que nos muestre como alternativa de poder cuando este orden, sea cuando sea, comience a desmoronarse. El peronismo no puede representar la tristeza o la derrota, sino que tiene la obligación de expresar la esperanza para que nuestro pueblo no nos diga: Si este dolor durará por siempre no digas nada, vete de aquí.