Acaso la intensidad de las últimas jornadas sea también un síntoma de todo lo que está en juego en estas elecciones. Que es mucho más que un cambio de gobierno. Es una encrucijada económica y política. Argentina debate si se sube al tren del desarrollo duradero y sostenible o si se confina en la oscura celda del subdesarrollo dependiente. Argentina define si da un paso adelante para restaurar el pacto democrático y consolidar un sistema político maduro, propio de una Nación que se proyecta con grandeza, o si detona las bases de la convivencia democrática y se sumerge en la selva del “sálvese quien pueda”, en la que se trafica libremente la violencia y la ausencia de derechos.
El 5 de este mes, apenas algunos días atrás, nos enterábamos de que la aduana realizaba cincuenta y un allanamientos en dieciocho bancos, ocho estudios contables y veinticinco sociedades financieras, por operaciones de fuga de USD 400 millones, desde 2016 a 2021 (sobre todo, 2020/21). En esas maniobras de fuga participaron ciento setenta y seis empresas supuestamente importadoras que, con documentación falsificada, compraban divisas para importación -decían- al tipo de cambio oficial. Pero las importaciones eran ficticias y los documentos -en aquel momento, las SIMI- eran falsos. El destino de la fuga eran guaridas fiscales en Estados Unidos, como Delaware y la Florida. Por eso, también están involucradas ciento cuarente y seis sociedades fantasma o pantalla radicadas en EE.UU., vinculadas a las (no)importadoras que hicieron los giros, y que recibían las transferencias de estas últimas. La causa surgió por información recibida en el marco del acuerdo de intercambio de información que Argentina tiene con EE.UU.: al cruzar la información de los giros a las empresas en EE.UU., se observó que se presentaban como pago de importaciones pero, al verificar el registro de mercadería importada, se comprobó que las compras nunca se habían hecho.
Los allanamientos adquirieron una doble relevancia porque permitieron exponer, descarnadamente, el contraste abismal que existe entre los dos proyectos de país que se encuentran en disputa en las próximas elecciones. Es que mientras el ministro de Economía de la Nación, Sergio Massa, ponía en valor el poder del Estado contra la criminalidad económica que tantas veces contribuyó a vaciar de divisas nuestra economía, precipitando crisis cambiarias, inflacionarias, sociales y políticas; del otro lado, su competidor, el candidato presidencial libertario, hacía declaraciones incendiarias sobre el valor del dólar y reconocía expresamente lo que muchos economistas advertimos desde hace tiempo: que su propuesta de dolarización sin dólares exige una megadevaluación del peso argentino como condición previa y, en consecuencia, una hiperinflación, un proceso económico dramático que conocemos de cerca quienes tenemos edad para recordar los sucesos de 1989-1990, que tiene en el origen de su cadena causal, precisamente, una devaluación brusca (un salto discreto en el nivel del tipo de cambio, de gran magnitud) y, como resultado irrevocable, una brutal licuación del poder de compra de los salarios e ingresos y un derrumbe estrepitoso del valor de los activos argentinos que dejaría a merced de capitales extranjeros y a precios de remate tanto a las empresas de capital nacional como a los recursos estratégicos del país.
Para tener una noción, en números, de lo que estamos diciendo, nuestra consultora Proyecto Económico había estimado en su informe de agosto que “aun aceptando estas hipótesis muy optimistas (las de los economistas del candidato libertario), y asumiendo que tras la operación las cotizaciones de los bonos se mantuvieran en los actuales valores, el tipo de cambio de ‘conversión’ aún sería superior a los 2000 pesos”. Esto significa que, en esa hipotética economía dolarizada, un argentino que hoy tiene un ingreso de $ 200.000, equivalente a USD 545, pasaría a tener uno de USD 100; es decir, perdería el 80% de su ingreso de un plumazo. Sin embargo, en el mismo informe advertimos que ese valor del tipo de cambio para una potencial dolarización (sin dólares) sería un nivel, incluso, poco realista ya que “hay un supuesto implícito de que, en el proceso de transición de canje de la base monetaria por dólares, los depósitos de diversos plazos no se canjearían por dólares físicos. Esos agentes (personas, empresas, bancos) asumirían simplemente que esos depósitos y fondos ahora estarían valuados al tipo de cambio de conversión. Y se quedarían tranquilos con esa promesa”. Pero si algunos de los tenedores de esos depósitos quisieran cambiarlos por dólares “el tipo de cambio de conversión sería aún mayor”.
Es cierto que, para muchos, la certeza de que el plan de dolarización sin dólares de los economistas libertarios exige como condición necesaria una previa megadevaluación y un proceso hiperinflacionario no es una novedad. En efecto, es una obviedad, digamos, matemática. Además, ya había sido reconocido por los propios autores del programa dolarizador que impulsa el candidato presidencial en una entrevista con el diario La Nación publicada el 20 de agosto de este año[1], donde se puede leer que “es un proceso doloroso porque implica (…) una inflación cercana a la híper antes o varios meses de altos índices”. Por si faltaba más, el viernes 6 de este mes, la sociedad de bolsa Bull Market, de la familia Marra (la del candidato libertario a jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), realizó una presentación en la que se analiza que si ese espacio político obtuviera una victoria electoral, Argentina podría enfrentar un período de hiperinflación que podría durar varios meses[2]. En este caso, los economistas de Bull Market estiman que la “liberación cambiaria” (léase: devaluación) que se aplicaría después de la asunción del candidato libertario llevaría a una inflación mensual del 50%, que se mantendría en dos dígitos por 36 meses (o sea, hasta mediados de 2025). No obstante todos estos antecedentes, probablemente para muchos argentinos haya sido una novedad escuchar directamente de boca del candidato presidencial libertario que “cuanto más alto esté el dólar, más fácil es dolarizar”, escucharlo confesar que, efectivamente, necesita una gran devaluación para llevar adelante el programa dolarizador que promociona y que, por ende, requiere un recorte profundo de los salarios e ingresos: todo lo contrario a sus promesas de terminar con la inflación que corroe el poder adquisitivo a las que un 20% de los argentinos habilitados para votar se aferraron, al menos, hasta las elecciones primarias optando por la boleta que lo lleva como candidato.
¿Habrá sido una novedad escuchar al candidato más votado en las PASO, con el peso de haber recibido casi el 30% de los votos de quienes asistieron a las urnas el 13 de agosto, afirmar, casi vomitar -por lo escatológico de sus expresiones- que la moneda nacional es una m…, pero sobre todo, hacer terrorismo financiero promoviendo el temor de los argentinos e incitando una corrida bancaria/cambiaria? De lo que no puede haber dudas es de que al candidato no le cabe la ingenuidad sobre la irresponsabilidad de sus dichos, de los impactos ulteriores y, sobre todo, del aprovechamiento que harían, montándose sobre la personalidad pirómana del candidato, quienes especulan con -en palabras de Sergio Massa- “el patrimonio y el ahorro de los argentinos”. La consecuencia de esos movimientos intensificó la angustia de muchos ciudadanos que vieron cómo se disparaban las cotizaciones de los dólares financieros y, en especial, la del dólar ilegal. Es llamativo porque, históricamente, el valor de los dólares financieros se ubicó un 4% por encima de la cotización del ilegal o “blue”, mientras que ahora llegó a ubicarse casi 15% por debajo. Este quiebre en lo que es una tendencia normal cristaliza los movimientos especulativos a los que aludió el ministro y candidato Sergio Massa, quien aseguró que “tengo claro quiénes son esos cuatro o cinco vivos que están jugando al arbitraje y me voy a ocupar de que vayan en cana porque creo que, alguna vez en la Argentina, el que especula con el ahorro de la gente, el que sobre los arbitrajes genera ganancias ilegales extraordinarias, tiene que ir preso”. Ahora queda por delante contrarrestar la irresponsabilidad de algunos con la responsabilidad del gobierno y, en particular, del ministro de Economía, el comandante designado de este barco llamado República Argentina que algunos parecen querer hundir. Pero el pueblo argentino tiene la herramienta para impedir esa deriva para, en cambio, conducirlo con éxito al puerto del desarrollo.
En esta columna no vamos a hablar sobre lo que hay que hacer, porque lo que hay que hacer se hará. El allanamiento del miércoles 11 en la financiera “Nimbus” y el secuestro de un cronograma con fechas detalladas para subir el precio del dólar paralelo de manera coordinada con otras mesas de dinero de la city porteña, es prueba de ello. De lo que sí vamos a hablar, ya para cerrar, es de cómo y por qué los argentinos podemos poner en valor 40 años de democracia y apostar a profundizarla para ponerle freno a la locura. Y de cómo y por qué la Argentina se enfrenta a una oportunidad histórica, donde se conjugan tanto las potencialidades nacionales como las condiciones externas, para entrar en una nueva época económica y política y dar un salto hacia un futuro mejor que no requiere motosierras, ni plantar banderas extranjeras en nuestra entidad monetaria, ni dinamitar nuestra moneda y pasar a mendigar la de otro país, ni mucho menos someter a nuestro pueblo a la tragedia de una megadevaluación, de una hiperinflación, de la multiplicación de la pobreza, la desigualdad y el desempleo, ni rematar nuestras empresas, nuestro patrimonio, ni nuestros activos estratégicos.
Es sabido por todos que nuestro país atraviesa una coyuntura compleja (enfatizo: coyuntura, una situación pasajera que caracteriza este momento particular, este año 2023). No solo por el desmesurado endeudamiento externo de nuestra economía y, particularmente, por la presencia del FMI -saldo vaya si negativo que nos dejó el gobierno de Mauricio Macri-, que reviste un carácter no tan coyuntural, sino fundamentalmente porque sobre esa realidad se montó un evento exógeno: la sequía, absolutamente determinante para la suerte del frente externo de la economía y, en consecuencia, del desenvolvimiento de la macro (nivel reservas, tipo de cambio, actividad, empleo, distribución, etc.). Estamos, entonces, en una coyuntura especialmente adversa determinada por el derrumbe de nuestras exportaciones, la contracción de nuestro saldo comercial, la pérdida de más de USD 20.000 millones de divisas que dejaron de ingresar (un cuarto de nuestras exportaciones esperadas en condiciones normales para este año) y, encima, condicionados por la deuda. Pero es una coyuntura que pronto va a quedar atrás. No solo la cosecha del próximo año recuperará vigor, sino que la Argentina podrá gozar de los frutos de muchas de las políticas impulsadas en el último año y medio, entre ellas la puesta en marcha del gasoducto Presidente Néstor Kirchner, la obra de reversión del gasoducto del Norte, la del oleoducto Vaca Muerta Norte, entre otras infraestructuras estratégicas, junto con nuevos instrumentos institucionales como el marco legal para la industrialización del gas, además de la maduración de proyectos en el sector minero. En conjunto, este escenario significa un volumen de comercio exterior de dimensiones históricas para nuestro país. Y junto con ello, la condición de posibilidad para el fomento del desarrollo industrial y tecnológico de la Nación, con algunos vectores ya en marcha como la planta de Desarrollo Tecnológico de Celdas y Baterías de Litio, creada por la Universidad Nacional de La Plata e Y-TEC -la empresa de tecnología de YPF y el CONICET-, y la expansión de la inversión pública estratégica en infraestructura para el desarrollo, en más y mejor educación y en la formación de profesionales y técnicos para la Cuarta Revolución Industrial, la revolución tecnológica que está marcando el inicio de una nueva era en el sistema económico mundial. Por supuesto, más ingreso de divisas significa fortalecimiento de nuestras reservas internacionales, es decir, significa la estabilización del frente cambiario. Allí, en el frente cambiario está el origen de la cadena causal que explica la inflación que hoy -y desde hace mucho tiempo- estamos sufriendo los argentinos. Por lo tanto, expandir nuestra capacidad exportadora, nuestra capacidad de generar divisas genuinas es, en definitiva, la solución estructural a un problema que se ha tornado crónico, como es la inflación.
Una vez, ante mi negativa frente a una petición suya, mi hijo de cinco me amenazó con romper su propio juguete (claro que sabe que tengo cariño por sus juguetes y, pobre, hijo de economista, también sabe que atrás de cada juguete hay trabajo y esfuerzo acumulado, razón por la que también lo valoro). Sin embargo, bastó con que le explique (una sola vez) que el juguete era suyo y que, por lo tanto, si lo rompía, él sería el principal perjudicado, el que se quedaría sin la posibilidad de disfrutarlo, de jugar con él. Entendió que era un juego de suma negativa donde, en todo caso, perdíamos los dos. Estoy segura de que, más allá de enojos y defraudaciones -entendibles, justificados muchas veces-, los argentinos también entendemos que romper el país, rifar nuestros activos y entregar nuestro futuro no es la solución a nuestros problemas, sino un juego de suma negativa donde, salvo “los cuatro o cinco vivos” que recojan los restos esparcidos por la motosierra, perdemos los 47 millones. Sin embargo, Argentina tiene todo para ganar. Tenemos con qué. Y también tenemos con quién. Pero, sobre todo, tenemos por quién: es por nosotros, y es por nuestros hijos. Por eso, el 22 vamos a ir a votar con la bandera, por el futuro.
[1] https://www.lanacion.com.ar/politica/las-propuestas-de-milei-secretos-puntos-clave-y-riesgos-del-plan-de-dolarizacion-a-la-que-dio-luz-nid20082023/
[2] https://www.cronista.com/economia-politica/el-catastrofico-pronostico-de-una-agencia-con-apellidos-libertarios-si-gana-milei-en-primera-vuelta-no-salgan-a-festejar/