Y ahora miro atrás un poco,
y hace tanto que paso,
y todo lo que yo amaba
ya no es mío y se escapó.
Y ahora estoy tan confundido,
niebla y humo alrededor.
¿Dónde está el sol?
¿Dónde está Dios?
Dime quién me lo robó.
Charly García, 1972.
Al Diego le siguen cortando las piernas. A nuestro proyecto nacional y popular, también. No se sabe bien quién es el responsable, si hay una mano negra detrás, si es una conspiración de los malos del mundo o si es simplemente una conjunción de fuerzas opuestas que operan en el presente y de cara al futuro.
Pero resulta que una mañana, una tarde o una noche, ya no hay más fotos del Diego con Lula ni con Cristina ni con Evo. Tampoco está el famoso video en el que delira a Mauricio —que es Macri— por haberle cagado la vida a dos generaciones de argentinos. No se sabe qué pasó, pero ni esas fotos ni ese video aparecen ya en sus redes.
Mientras tanto también, una mañana, una tarde o una noche, la policía federal reprime a mujeres mapuches por cortar una ruta, como en las peores épocas de nuestra historia. A Benetton o a Lewis, por cortar rutas de acceso a parques nacionales, nadie les toca un pelo y hasta los visita medio poder judicial en un avión privado. Total normalidad.
Pantalla partida. En La Plata, la tristemente célebre maldita policía tira gases y balas de goma a la hinchada de Gimnasia, y hasta muere una persona. El ministro de seguridad bonaerense pone cara de yo no fui.
Algunos dicen que nos encontramos ante un fin de ciclo, como si el destino estuviera escrito y no dependiera de los hombres y de las mujeres, que entre la híper posmodernidad, las redes antisociales y la pandemia, nos convertimos en mucho peores de lo que éramos unos años atrás. Como diría Silvio, yo no sé lo que es el destino, pero los datos objetivos son innegables y para nada alentadores.
Una guerra en la otra punta del mundo hace subir el pan en Villa Luzuriaga y damos por sentado que la garrafa en el impenetrable chaqueño tiene que pagarse de acuerdo a lo que indica el precio internacional del gas. Sentidos comunes que se van construyendo. Ideas que el poder irradia y se van sedimentando, naturalizando que lo que es es lo único que puede ser.
No hay quién le ponga el cascabel al gato y la única que estaría en condiciones de hacerlo está, explícita e implícitamente, amenazada de muerte. Mientras tanto, la falta de conducción del Estado es tan palmaria que cualquier comisario de la bonaerense, cualquier panadero del conurbano, cualquier sojero o cualquier fabricante de figuritas, se planta, hace la que le pinta, y aquí no ha pasado nada.
Algunos sostienen que la culpa de lo que nos pasa es del lenguaje inclusivo y del etiquetado frontal. Sí, no se rían. Parecería que la falta de soluciones de nuestro propio gobierno a problemas tan acuciantes como el bajo poder adquisitivo del salario, la pobreza o la informalidad laboral fueran producto de la agenda de demandas de las distintas subalternidades que, en realidad, deberían enriquecer el programa transformador de nuestro proyecto.
Demasiado parecido al discurso de la derecha. Como si el Baby, la Vivi o el Jony nos estuvieran marcando la cancha permanentemente, y nosotros aceptáramos mansamente los fallos de este árbitro bombero, sin protestar ni cuando la plancha va a la altura de la cabeza, como el primero de septiembre en Juncal y Uruguay. Otros árbitros —aparentemente más sofisticados pero tan impunes y peligrosos como los empleados estrellas de los multimedios hegemónicos— aplican eso que pretenden llamar justicia, inclinando la cancha una y otra vez en favor de los que siempre están detrás de escena.
Seamos serios. El movimiento nacional y popular siempre se caracterizó por incluir demandas y transformarlas en derechos. O acaso, ¿qué fueron el voto femenino o el abrazo de Néstor a las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo si no una ampliación de la agenda del movimiento nacional y popular a nuevas demandas? ¿No será, en todo caso, que el problema no es la ampliación de la agenda del movimiento nacional, si no la falta de coraje de alguno de los actores que lo integran para enfrentar de manera decidida a los intereses más concentrados?
Me acuerdo de las idas y vueltas sobre la no estatización de Vicentín. Me acuerdo del discurso que proclamaba que volvíamos mejores y se fue transformando, poco a poco, en una exaltación permanente del consenso —entendido como moderación y no confrontación— hasta que terminó siendo, en los hechos, nada más que la admisión de la propia impotencia para transformar la realidad. Esto, siendo generosos y por no decir que se trató de asumir como propia la agenda de sectores con los que deberíamos, como mínimo, negociar desde una posición de dignidad.
El caso Vicentín es el botón de muestra. Pero la negociación con el FMI, la convalidación de dos jueces de la Corte designados originalmente por decreto y la falta de firmeza con los formadores de precios que hacen que la mesa de los argentinos tenga las patas cada vez más largas, son también muestra de esta mecánica que parece invertir la máxima del fundador de nuestro movimiento. Hoy, para algunos que cada tanto se dicen peronistas, sería bueno recordar que mejor que decir es hacer. Sin palabras. Las fotos alcanzan y sobran.
Pero no todo es parte del reino de la posverdad y de las fake news. Yo me acuerdo del Diego al lado de Chávez mandando al carajo a los gringos en Mar del Plata. Somos muchos los que recordamos a Néstor y a Lula pagándole al Fondo el mismo día y echando las bases para la independencia económica del siglo XXI.
También, es verdad, sucedió que un día, una plaza llena le dijo que no a la Corte Suprema cuando intentó aplicar el 2×1 a los genocidas. Y no es menos cierto que hubo una marea verde que se plantó en defensa de sus derechos, en pleno gobierno amarillo, cuando muchos de los que hoy se escandalizan con el feminismo circulaban en visita perpetua, de oficina en oficina, haciéndoles de bufón a los dueños de la Argentina y dando por muerto al kirchnerismo.
También, una vez pasó que los salarios le ganaron a la inflación y que la discusión con el movimiento obrero era respecto del pago del impuesto a las ganancias y no del precio de la canasta básica. Como alguien dijo alguna vez: el reino de las efectividades conducentes. Cosas que fueron cambiando para peor, incluso mientras gobierna el peronismo.
El destino no está escrito. Y la realidad no es tan solo lo que nos muestra la pantallita del teléfono. El futuro, mal que les pese a los escépticos, todavía depende en gran medida de nosotras y nosotros; y la realidad es una construcción colectiva.
Una construcción colectiva y en las calles —en términos literales tanto como metafóricos y en todos los sentidos que implica—, allí se dirime lo que está por venir. Uno puede elegir resignarse como mero observador crítico —por más lúcido que sea— a todo aquello que día a día nos roban o nos quieren robar; pero uno también puede plantarse y decidir actuar sobre la realidad para tratar de transformarla.
Los fantasmas acechan a la vuelta de la esquina. Con libros. Con carteles luminosos. Con reportajes en los canales de televisión, nos cuentan lo que quieren hacer con nosotros. Quieren intentar, de nuevo, negar nuestra existencia y construir una Argentina a la medida un cuarto de su población. Y no se ruborizan al confesarlo.
Ese nosotros incluye a los trabajadores, a los desocupados, a las mujeres y los jubilados, a los trenes y las empresas del Estado, a los mapuches y los comerciantes, a los pequeños y medianos productores, a los planeros y las travas, a los clubes de barrio y al kiosco de la esquina de tu casa. Estamos a tiempo de evitarlo. Quedarnos callados no es una opción ni por supuesta disciplina partidaria ni por cobardía ni por especulación podemos permitirnos el silencio. Tenemos que hablar, debatir, tenemos que pelearnos y amigarnos, tenemos que discutir entre nosotros y ponernos de acuerdo. Llegar a una síntesis. Definir prioridades. Construir una agenda común y entre todas y todos decidir los tiempos y las formas. Reconstruir nuestro gobierno para que el proyecto nacional y popular siga siendo alternativa para nuestro pueblo. Para que siga siendo opción de poder y no una simple identidad, por más hondo que arraigue.
Aprendamos de los mejores de los nuestros, del Diego, de Evita. De los que nunca se callaron y siempre dijeron lo que había que decir, por incómodo y políticamente incorrecto que fuera, para no lamentarnos después y cantar como el Charly de 1972, pero ahora con la espada de la responsabilidad pendiendo sobre nuestras cabezas.
Sabemos que le quieren cagar la vida a cuatro o cinco generaciones de argentinos, y refiriéndonos en concreto al país y al futuro, es nuestro deber que nunca llegue el día en que nos preguntemos: dime quien me lo robó.