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Nuestra agenda en el contexto global

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Nuestra agenda en el contexto global

avión negroGabriel Merinoporavión negroyGabriel Merino
14 marzo, 2023
en ConTextos / En la tempestad
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En el actual escenario latinoamericano, ¿qué influencia creés que puede tener la disputa hacia el interior de EE.UU. entre americanistas y globalistas?

La fractura interna entre globalistas, americanistas y nacionalistas, o sea, la fractura de los grupos de poder y clase dominante de los Estados Unidos, tiene varias repercusiones a nivel latinoamericano y global. Una, porque el propio núcleo de poder mundial, que era hegemónico, —que obviamente ahora esa hegemonía está en crisis— está fracturado y eso lo debilita. Que tengan distintas visiones estratégicas lo debilita. Otra cuestión también es el tener distintas políticas para América Latina, que van oscilando de acuerdo con qué sectores de poder influyen de forma dominante. En tercer lugar, se articula con una fractura de la propia derecha latinoamericana. Una derecha reaccionaria, conservadora, anti liberal o progresivamente anti liberal en términos políticos, que articula más con los sectores conservadores del nacionalismo de centro, como Trump, donde hay una genealogía común.

Yo digo siempre que son como espejos invertidos, porque ese nacionalismo conservador de derecha que puede tener expresiones racistas, de supremacismo facial anti progresista, anti liberal y anti globalista, en el centro es fuertemente industrialista, nacionalista, de protección de la economía y la industria, en cambio en la periferia está más ligado con oligarquías locales conservadoras, con una inserción más primaria exportadora, anti industrial, anti estatal y que articula con el poder financiero local. Lo mismo pasa con la derecha tradicional latinoamericana liberal que está más articulada o en sintonía con los globalistas, y ahora particularmente se ve claro con el gobierno de Biden, pero que a su vez también es como un espejo invertido porque mientras los globalistas en el centro promueven salir de la ortodoxia económica, mantener grandes déficits fiscales para la expansión económica, baja tasa de interés o la mínima posible, incluso discutir desigualdades para tratar de generar hegemonía, en cambio en el sur esas mismas élites promueven programas de ajuste o programas neoliberales. Un ejemplo es el Financial Times, el periódico globalista que en el centro recomienda políticas económicas heterodoxas, expresando los intereses del poder financiero global, mientras que en el sur, como en el caso de Brasil, promueven privatizaciones y ajustes. Después existen contradicciones porque no quieren a Bolsonaro en términos ideológicos, pero terminan acordando con él, con el programa de Paulo Guedes en términos económicos. Lo mismo podemos decir de la Argentina con una Patricia Bullrich o un Miley, que articulan con una línea más cercana a la de Trump y la de los neoconservadores de los Estados Unidos o Inglaterra. Y por otro lado esta Larreta u otros personajes de derecha más tradicional que están en sintonía con las fuerzas globalistas.

 

¿Se puede interpretar que hay cierta candidez en algunos sectores del campo popular latinoamericano respecto de la pretensión de aprovechar el contexto de esa disputa de cara a la confrontación con las derechas vernáculas?

Creo que el campo popular latinoamericano se debe una discusión más profunda del contexto global. Por ejemplo, hay una cierta ingenuidad o cierta falta de atención en observar la situación de luchas del poder mundial, de lo que yo llamo una guerra mundial libre y desfragmentada que se juega en todos los territorios y donde las presiones sobre el patio trasero y las diputas son muchas; contextos que, además, el campo popular puede quedar partido. Eso es un problema, porque lo nacional popular siempre es una síntesis superadora con un programa propio, con una mayor autonomía de los sectores de la producción y el trabajo, de las fuerzas nacionales para plantear un proyecto de desarrollo, entonces es clave tener un diagnóstico más fino sobre la situación mundial, sobre la política imperial para la región, por la Guerra Mundial libre y desfragmentada. Pero sobre todo, respecto de no comprar agendas no son tan propias. Es necesario tener una visión crítica sobre esas agendas y elaborar otras más propias. Creo que ahí tiene que haber un debate profundo en el campo nacional y popular al respecto.

 

En la división interna de los frentes nacionales latinoamericanos describís a tres sectores: social populistas, progresistas y neodesarrollistas ¿Cuál sería la agenda de cada uno de ellos en el contexto actual? ¿Crees posible compatibilizar una agenda común para confrontar el proyecto de las derechas y las oligarquías vernáculas?

Sí, es bueno entender que los frentes nacionales latinoamericanos son heterogéneos y que la composición de esa heterogeneidad va cambiando con el tiempo, con la correlación de fuerzas internas, en función de las cuales se mantienen o no las coaliciones.

En esta “segunda ola” progresista nacional popular que estamos viendo emerger, aunque todavía no se haya consolidado en América Latina, uno puede identificar —incluso también dentro del primer ciclo progresista— a tres fuerzas: las progresistas, las desarrollistas, las populares. Las progresistas están muy vinculadas a las elites tradicionales más liberales, que son distintas a las neoliberales, un ejemplo de eso es la importancia de la categoría “ciudadano”, entendido éste dentro del liberalismo político democrático como un individuo que tiene derechos y obligaciones y participa de la vida democrática y del Estado, en contraposición a la categoría “gente”, “consumidor” del neoliberalismo, un individuo despolitizado, desagregado meramente como agente en el mercado. Ese liberalismo político democrático, ese progresismo, está muy articulado con la agenda del occidente liberal -—que comparte también gran parte del poder financiero global— sobre género, minorías étnicas, multiculturalismo, ambiente, derechos humanos. Es una agenda que tiene una mirada muy occidental, eurocéntrica, individualista y liberal. Yo le digo irónicamente la agenda Netflix, pero no como algo completamente despectivo ya que tiene mucha influencia en la clase media, en la pequeña burguesía ilustrada de nuestra región, y su papel es importante contra el neoliberalismo.

Después, el sector neodesarrollista, productivista, muy vinculado a burguesías industriales, a viejos cuadros desarrollistas, a centros de investigación, que tiene una mirada más de protección y promoción industrial. Un capitalismo dependiente con mayor desarrollo, pero que no impulsa, salvo en sectores más nacional desarrollistas. No impulsa una génesis transformadora más estructural para superar la dependencia en materia financiera y tecnológica. Lo que sí marca es un espacio de negociación propio con respecto al gran capital financiero global y a las elites globales, a tener un mercado interno ampliado a través de un bloque regional como el Mercosur, a no ser solamente productores primarios sino a complejizar la producción. También a generar políticas activas sobre el sector popular ligado a las fuerzas populares, sindicatos, organizaciones sociales, militancia de izquierda latinoamericanista con una agenda más de cambios estructurales en general como la reforma agraria, por ejemplo. El Estado entendido con mayor lugar de “Estado empresario”, —en el caso de Bolivia parte de la nacionalización de los hidrocarburos—, el Estado y las empresas públicas como elemento central del desarrollo de las fuerzas productivas, con un programa de mayorías en términos de ampliación de derechos, no sólo identitarios como en una agenda progresista, sino en hechos materiales, donde se combatan desigualdades de forma más estructural.

Estas tres fuerzas muchas veces compatibilizan, generan frentes y coaliciones contra las derechas más tradicionales, contra el programa del neoliberalismo periférico, tanto en su versión conservadora o ultraconservadora, como en su versión más tradicional liberal, pero otras veces se parten o se logran distintas síntesis coyunturales. El kirchnerismo, por ejemplo, en su momento logró ser una síntesis de eso, después se fue desmembrando y hacia 2013 se agudizaron las contracciones internas. En Brasil sucedió algo similar. Después se logró una rearticulación, en gran medida al calor de lo que significaron los gobiernos de Temer y Bolsonaro en Brasil y de Macri en la Argentina, que implicó un gran retroceso, con un golpe muy fuerte en materia de derechos, desigualdad, pobreza, desempleo, desindustrialización. Es una tensión permanente lo que se plantea ahí. A esto hay que sumarle que el campo social popular en muchos países no tiene un programa claro en esta etapa, no está planteando el problema con claridad. Eso también contribuye a la confusión. En este sentido sería importante llegar a mayores niveles de síntesis en cuanto a la compatibilización de esas agendas.

 

En el actual contexto mundial de guerra y disputa hegemónica parece haber un discurso que tiende a ponderar las posibilidades de Latinoamérica en general y de Argentina en particular como potenciales beneficiarios a partir de nuestra super abundancia de recursos naturales. ¿No crees que hay cierto riesgo de volver a autocondernarnos a una economía de matriz extractivista con la excusa de aprovechar la actual coyuntura?

Nosotros tenemos ese problema de la economía primaria exportadora. Existe un estancamiento económico de América Latina, y eso se ve en las bajas tasas de crecimiento 2013-2014, es la región que menos creció en la etapa. Esto se debe, entre otras cuestiones, al tema de la baja del precio de los commodities. Esa baja golpeó a nuestras economías. Si bien algunos países pueden tener mayores niveles de complejidad industrial y económica, en general nuestro sector dinámico en materia exportadora y de inserción internacional son los commodities, o sea, es el sector extractivo. Claro que en los momentos de guerra, de disputas, de competencia estratégica entre potencias, tendencialmente se necesita de commodities positivos, de aumento de precios de éstos. La gran clave ahí es qué se hace con eso. En primero lugar dónde va esa renta extraordinaria, esas ganancias o súper ganancias extraordinarias por aumento de precios coyunturales, ¿cómo se distribuyen? Después, si en esa distribución participan fuertemente las clases populares, el Estado, y a partir de eso se pueden desarrollar fuerzas productivas para darle más complejidad a la estructura económica. Lo que se dice sumar valor agregado, desarrollar industrialización, servicios complejos, conocimiento, etc. Ahí hay un dilema porque eso se intentó hacer, pero el tema es que hay ciertos límites, por ejemplo, de la escala. Nuestra escala en Argentina —e incluso también Brasil que es el gigante sudamericano— en el concierto global es una escala pequeña para impulsar. Entonces tiene que haber una escala grande para eso, y ahí se vuelve central avanzar hacia una estatalidad continental, un banco del sur, fondos, empresas conjuntas, sectores que podríamos potenciar muchos más, sobre un desarrollo y trabajo conjunto como en materia nuclear, de biotecnología. Eso es clave.

Otro sector clave, por ejemplo, es la transición energética que se viene o que ya está viniendo en la minería, porque vos necesitas muchísimos minerales para ir haciendo una transición energética y superar la dependencia de los hidrocarburos, que va a llevar un par de décadas. Para hacer eso necesitas mucha minería. La Argentina tiene un enorme potencial en esto y toda la región también. La clave será en qué medida esto se lleve adelante con un formato que no sea el extractivista neoliberal clásico, sino darle otra impronta de desarrollo, crear una empresa nacional estatal de minería, desarrollar los sectores de mayor valor agregado, no sólo los de extracción de minerales, como con el caso del litio. Avanzar y escalar en eslabones de mayor valor agregado, complejidad y también en mayor trabajo para nuestros compatriotas. Eso creo que sería la clave.

Tags: desarrollo con inclusióndesarrollo latinoamericanoindustrializaciónmodelos económicosproducción primariavalor agregado
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Redacción avión negro

Gabriel Merino

Gabriel Merino

Sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. Investigador Adjunto CONICET - Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, UNLP. Profesor en UNLP y Universidad Nacional de Mar del Plata. Miembro del Instituto de Relaciones Internacionales y Co-coordinador de "China y el mapa del poder mundial", CLACSO.

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