Por Marianela García*
“En un contexto marcado por discursos que amenazan y ponen en riesgo la vida, la libertad, y los derechos conquistados con la movilización popular y feminista, como parte activa y protagonistas de la Marea Verde hacemos un llamado a todas las personas de cada rincón de Argentina a unirse el próximo 28 de septiembre, Día de Acción Global por el Derecho al Aborto, como una fecha en defensa de la vida, la libertad, el respeto a nuestras naciones originarias y la visibilidad de las disidencias sexo genéricas”, así comienza el comunicado de Incidencia Feminista, un espacio liderado por Marta Alanis, principal impulsora de Católicas por el Derecho a Decidir y fundadora de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. ¿Será que el feminismo juega un rol clave en el combate a estos discursos de odio que crecen como opción política en América Latina?
No es que el aborto haya pasado de moda, todo lo contrario. Es que el feminismo se renueva ante cada escenario adverso, no en sus principios fundamentales, sino en su estrategia de masividad que teje el entramado de aquel movimiento que llegó a congregar a más de 2 millones de mujeres, disidencias y aliados en las calles.
Es hay una pregunta que nos incomoda a las feministas, pero al mismo tiempo nos resulta necesaria: ¿Por qué Milei consiguió tanto apoyo del voto popular? En principio nos sonó desconcertante el casi 30% de los votos apoyando a una persona cuya impronta caricaturesca, un poco al margen del comportamiento social “adecuado” y con ideas que, ni nuevas ni factibles, asumen una cuota de rebeldía propia de los movimientos disidentes. Una clave de explicación posible señala que al menos estas ideas parecen venir a resolver un malestar social arrastrado por políticas de endeudamiento extraordinario y anclado ya en una post pandemia que no termina de configurar una proyección a futuro.
No soy especialista en números, aunque admire la capacidad explicativa que ellos tienen, prefiero pensar cómo es que Javier Milei encaja en una subjetividad modal de época (Segato, 2018)[i] preparada por los mismos medios y grupos concentrados de poder que postulan a este mesías de la rebeldía berreta. No ya para saber si la gente entiende lo que Milei propone, porque tal vez ninguna de nosotras realmente lo haga. No se trata de comprensiones lógicas, sino subjetivas y culturales que dan pauta de cómo un sentido social se configura para que estos discursos -tal vez siempre existentes-, conformen un nudo de capitón sólido en la estructura simbólico-emocional de nuestro pueblo (Laclau & Mouffe, 2010)[ii].
La antropóloga feminista Rita Segato hace referencia a la subjetividad modal ante la pregunta por los marcos de posibilidad que habilitan el ejercicio vincular de la violencia. ¿Somos violentos porque sí? ¿Tiene algo que ver el consumo espectacularizado del morbo, la subjetividad narcisista neoliberal, la individualidad como valor supremo, entre otros, con esto que nos pasa? Hay una clave central para tener en cuenta: nadie está por fuera de esta subjetividad, todxs somos productores y reproductores de la misma. No se trata de una mirada soberbia sino de una introspección profunda. ¿Qué puedo hacer para que esto sea distinto? La reconstrucción de lazos es un camino.
Esta discusión obviamente no es novedosa, vivimos señalando la dificultad comunicacional que los proyectos populares presentan, y si bien hay algo de resistencia y bastante de desconocimiento en esa ecuación, lo que principalmente subyace es una estructura simbólica que se materializa en las rutinas, todas las nuestras, y que aloja esta posibilidad en un universo de contingencias. Algo así como la biopolítica de Michael Foucault enfocada al mundo de las redes, la inteligencia artificial, el big data y otras yerbas. La derecha preparó la cancha antes del partido y Milei aprovechó el momento.
El problema de demonizar esta vida que vivimos es caer en el romanticismo de que una vida en los márgenes es posible como movimiento. Tal vez a modo individual sí, pero no en términos colectivos. Este es nuestro presente, no es una distopía futurista aunque a veces lo parezca. Si bien la cancha es ajena, faltan estrategias propias para poder al menos intentar moldear los algoritmos que nos rodean. La batalla cultural tan hegemónica en el 2011 y tan denostada en la actualidad es eso también: poder pensar en clave generacional.
Es cierto que a estos neo-negacionismos les falta un poco de calle, en eso los proyectos populares tienen el know how. Pero no es que se desee profundamente que consigan instalarse más de lo que están, ya con lo que hacen basta: generan mucho daño, proponen bolsas mortuorias como reivindicación social ascendente y hasta sostienen escenarios proclives a gatillos cargados.
Milei en un punto se diferencia. Se presenta como un líder, pseudo-rockero, que dice algo así como “estamos hartos de que nos mientan con toda esta farsa del Estado”, y en nombre de la libertad, avanza a un esquema de profunda desigualdad social, cero empatía y mucho “sálvese quien pueda”. Entonces cabe preguntarse: ¿Qué aspectos de la cultura permiten que Milei sea una opción posible?
Leía que Daniel Ezcurra escribía en este mismo medio: “El hastío, la decepción y la bronca, emociones tan de época, irrumpieron para corporizar en el escenario político-electoral un tercer actor, ya no de reparto, sino protagónico y empoderado ante el desconcierto generalizado de propios y extraños”[iii]. Ahí tenemos una pauta: emociones de época. ¿Qué hace posible que estas emociones sean generalizadas?
En su reciente exposición en la UMET, Cristina Fernández de Kirchner concluye diciendo que se es libre cuando se puede elegir con la verdad en la mano: si te mienten no podés elegir libremente. Y en tiempos de posverdad es jodido develar el misterio. Los marcos de interpretación del mundo en el que vivimos son donde empieza la pregunta por la comunicación. Muchas veces se cree que la comunicación tiene que ver con el decir, con la interacción. No es que eso no sea cierto, pero estas dos acciones tienen una condición previa que es lo que entendemos por el mundo en el que vivimos. Los hechos pueden ser los mismos, pero la interpretación que hacemos sobre esos hechos pueden distar bastante entre sí.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe ejemplifican esto en Hegemonía y Estrategia Socialista con un ejemplo sencillo: un terremoto está más allá de la voluntad de los sujetos, pero si ese temblor es producto de la ira de un dios, o de un movimiento de placas tectónicas o fallas geológicas depende de un contexto social interpretativo. Sin dudas todo esto quedaría resuelto con la simpleza y la belleza que la frase peronista “la verdad es la única realidad” contiene. De ahí, que Juntos por el Cambio no fue una opción electa… la heladera también habló en estas elecciones.
Sin embargo, no se puede desconocer que hay una estructura social de sentido que brinda marcos de posibilidad, hay una construcción de subjetividad acorde a los principios rectores del presente y también, hay que decirlo, hay una pelota picando en nuestra cancha.
Crisis política y Estado bobo
Tal vez estemos ante el principal reclamo hacia un Estado moldeado en otra era. Obsoleto para dar batalla a los poderes concentrados del mundo y con poca respuesta a los problemas reales de la gente. Esto Cristina lo viene diciendo hace tiempo: el Estado es presente en la acción de estatalidad. Sin acción no hay Estado, o peor, el Estado es considerado como algo inútil.
Muchas y muchos analistas sostienen que el desgaste es producto de la falta de medidas económicas reales de impacto social, la no recuperación de la pérdida adquisitiva del salario y en definitiva la vida desordenada -discurso en el que se para Patricia Bullrich para hacer su campaña- heredada de la toma de una deuda magnífica para Argentina y para el FMI. Superlativa. Dicen que hay un poco de voto castigo y un poco de voto esperanza de que la taba cambie de lado y que no sea hagan rutina las malas noticias.
Es que el Estado tiene esa doble cara: ser tan abstracto y tan material al mismo tiempo. Si una de ellas se borra, el Estado entonces deja de tener sentido, deja de ser la apuesta ciudadana a una vida justa y equitativa.
Siguiendo al ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera: “El Estado es la perpetuación y la constante condensación de la contradicción entre la materialidad y la idealidad de la acción política. Esta contradicción busca ser superada, parcialmente, mediante la conversión de la idealidad como un momento de la materialidad (la legitimidad como garante de la dominación política) y la materialidad como momento del despliegue de la idealidad (decisiones de gobierno que devienen acciones de gobierno de efecto social general)” (2008: 503)[iv].
La materialización del Estado en el territorio es sin dudas el sostén fundamental a la creencia colectiva de que esta sociedad tiene principios, valores y rumbo. Frente a esto, una burocracia pesada como un elefante, una dirigencia que debe encontrar coraje en las convicciones que la llevó a hacerse cargo de la función pública, y la propagación de discursos anti que fortalecen la idea “con mis hijos no te metas” ni conmigo, ni con nadie de mi familia. En nombre de la libertad se pone en discusión el poder del sujeto frente al embate de una estatalidad que se la acusa de formatear ciudadanías, y que sin embargo éstas ya se juegan en otro tablero a escala mundial, con reglas que le son totalmente ajenas. Parece desquiciado, pero es lo que es.
Sin dudas la dirigencia necesita revisar mecanismos de gestión peronista indispensables para dar sustancia a la doctrina más hermosa de nuestra patria. Y si bien, la participación en el escenario digital -considero- es un debate interno necesario, la suma de fotos endógenas no encaja con la propuesta de estas “ágoras” del presente. No va por ahí.
Ante la crisis política, más estatalidad. No se trata de apellidos en un organigrama, aunque esto sea un efecto secundario necesario, sino de presencia efectiva: porque si el Estado no está, ese vacío lo ocupan otros.
Ahora, ¿por qué estos grupos negacionistas y libertarios van por el Estado si odian al Estado? Porque solo el Estado tiene la legitimidad de cambiar el destino. Lo odian sí, pero no son tontos. Necesitan del Estado para dinamitar al Estado. El mercado será muy sabio y muy natural, según sus teorías bibliotecarias, pero el Estado es la cristalización de la legitimidad social en el destino común de los pueblos.
Libertad ante todo
Estado/Libertad es el par antagónico de esta discusión política. Para algunos puede resultar un oxímoron, para otros una redundancia, pero así parece presentarse la disputa. En algún momento de la historia la estatalidad concentró en su seno la posibilidad de ejercicio de los principios de “Libertad, igualdad, fraternidad”, con todos los componentes excluyentes de la época. A las mujeres nos costó un poco más entrar en la arena pública y así a las demandas de género.
El problema es que libertad es también un significante vacío, o vaciado, donde no se entiende bien si está asociado a la unidad mínima del capital y la propiedad privada o a la posibilidad de multiplicar los panes entre los marginados de un imperio con sede volátil y financiera.
¿Se puede aspirar a la libertad de manera exclusivamente individual? En cierta forma los movimientos feministas han demostrado que para que haya capacidad de decisión se necesita un Estado más activo y presente. Porque la carambola del “libre funcionamiento del mercado” ha derivado en más desigualdad, menos soberanía y autonomía de las personas. ¿De qué sirve la libertad para decidir en una realidad donde la propuesta que se materializa es la supervivencia diaria de miles de personas trabajadoras y asalariadas a las que se les exige que sean libres en un mundo que no les pertenece? Es muy extraño eso.
Esto me trae a una anécdota personal, de cuando militaba territorialmente en una unidad básica de Los Hornos, una populosa localidad de La Plata, y la gente de la cuadra de al lado me decía que no podía comprar dólares. El famoso “cepo” estaba a 2 mil dólares con Cristina Presidenta. Ni ellos ni yo teníamos esa suma de dinero para cambiar en el mercado, pero el discurso estaba instalado. Y ahí la libertad era eso, comprar dólares. La disputa por la libertad es también una demanda de nuestra hora, no se puede ser libre con un pueblo sometido. La libertad es una dimensión colectiva.
Es interesante resaltar que La Libertad Avanza tiene un límite muy claro: las demandas de género. Podés ser libre para comprar órganos, para vender bebés, o elegir con un voucher la universidad que quieras, pero no podés ser libre para canalizar tu identidad de género, hablar de sexualidad amorosa y segura, interrumpir un embarazo no deseado o simplemente definirte como feminista. Es extraño porque muchas veces se dice que el feminismo es liberal, que el género es algo impuesto por las potencias imperialistas, y de pronto viene el león libertario y en vez de tomar el guante, señala a la agenda de género y a las feministas como sus principales adversarias.
De ahí que los movimientos feministas se presenten como límite del discurso neofascista. Las feministas no podemos estar con Javier Milei. No hay lugar para nosotras en esa propuesta de pseudo-libertad, y obviamente que nosotras no queremos esa libertad de cuarta ¿Por qué la libertad termina en la ESI, la identidad de género, el aborto legal y el feminismo? ¿Es acaso el sesgo ideológico de un liberalismo-neofascista? No sé si en la teoría esos dos términos pueden convivir juntos, a priori diría que no, pero la práctica muestra otra cosa.
La saña con el género
Resulta hasta casi inexplicable el empeño que tienen para enfrentarse a las demandas feministas y a la institucionalización de las políticas de género. Nadie duda de que existe una agenda muy vigente en la maquinaria picadora de información que establece una línea temporal de fracasos de los Ministerio de Mujeres. No es por defender lo que antes criticábamos, pero si hablamos de crisis de Estado no podemos encarnarla en una institución que se creó hace menos de 4 años. Hay Ministerio de Salud y hay enfermedades, hay Ministerio de Trabajo y hay desocupación, hay Ministerio de Economía también… es lógico que haya Ministerio de Mujeres y siga habiendo violencias por razones de género y problemas para resolver. Casualmente por eso se crea. Sería ridículo pensar que esos problemas lo van a resolver sectores de poder ajenos al Estado, ¿no es cierto?
Pero esta saña no tiene goyete por fuera del sesgo ideológico. En el acto de apertura del III Congreso de Violencias Estado Presente organizado por la Subsecretaría de Políticas contra las Violencias del Ministerio de Mujeres PBA, el gobernador bonaerense Axel Kicillof dejó bien en claro para propios y para ajenos que el presupuesto de dicho Ministerio es un porcentaje mínimo respecto a lo que implica en recursos del Estado. Por un lado, no es una bandera para andar levantando en alto, sino preguntarse por qué aún se destina tan poco recurso a una problemática que parece urgente. Por el otro, cabe preguntarse entonces por qué los libertarios están tan de punta con este Ministerio. No es verdad que es por la plata. Si fuera por eso atacarían con más empeño a sectores estatales tradicionales e instalados que representan mayor presupuesto a la hora de hacer cuentas ¿Por qué es entonces?
Lo que pasa es que esta propuesta tiktokera esconde una dimensión espiritual de regeneración moral: el pater de familia está ahí presente en el movimiento rebelde que dice traccionar a las juventudes a Javier Milei y su hermana. Hay que mirar con lupa el discurso para entender que lo que buscan es la re-instalación de un orden “natural” de la humanidad. Lo demás es pervertido e inofensivo. Por eso, aunque lleguen por el voto son una propuesta autoritaria y antidemocrática, y sin dudas están dispuestos a ejercer violencia. De ahí el anclaje en la subjetividad modal de época de la que hablábamos antes. Como dijo García Linera en su reciente conferencia en el Teatro Argentino de La Plata: “les parece un exceso la democracia, un exabrupto los derechos y un insulto la igualdad”. Cual doctrina Monroe, las derechas extremas de aquí y de allá se consideran llamadas a defender la “civilización”.
Entonces, una pregunta lógica es: ¿hay putos, travestis y feministas en la propuesta de Milei? Tal vez los haya, en términos individuales, como mucha gente que participa en espacios que les odia, margina, tortura y discrimina. Pero hay que asumir que ni Javier Milei, ni Victoria Villaruel representan algo de derechos humanos, donde se inscribe el feminismo; ni siquiera de los derechos en género, si no queremos caer en romanticismos populares. Lo cierto es que ambos más que defenderlos, los niegan y los combaten.
Como dice la Ministra de las Mujeres de la provincia de Buenos Aires, Estela Díaz, “no tenemos ninguna duda de que por más excelentes políticas específicas que hagamos y sustantivas que sean estas políticas no van a tener éxito si no son parte de un proyecto político de inclusión, de desarrollo y de justicia social”. No hay justicia social sin feminismo, ni feminismo sin justicia social.
Si desaparece el Ministerio de las Mujeres ¿cómo nos afecta eso? ¿Por qué lo creamos? ¿No es acaso la desigualdad de género y las violencias lo que necesitamos cambiar del mundo en el que vivimos? ¿Acaso en el 2015 no salimos a la calle manijeadas por los mismos medios y poderes y nos constituimos como un sujeto político que hacía tiempo estaba guardado bajo la alfombra?
Y allí estamos nosotras y nosotres, defendiendo el amor y la igualdad. Mirando con desconcierto cuando nos dicen que somos la “barbarie” de una civilización rancia, que de libre no tiene nada: refugiados muertos en los mares, cárceles sin procesos judiciales, muros fronterizos y políticas persecutorias contra extranjeros. Migrantes, trabajadores organizados y feministas somos un límite para estos grupos “libertarios”. Tal vez este sea nuestro rol actual en la arena de disputa.
Los Ministerios se crean después de nuestro 17 de octubre feminista. Somos nosotras las que pusimos esto en la agenda pública del Estado. Podemos estar más o menos conformes, tener aportes y críticas, pero retroceder no es una opción.
Claves para el hacer
Ya que venimos hablando del feminismo, es importante que como proyecto político podamos recuperar la historia de Evita, el Partido Peronista Femenino y las primeras legisladoras mujeres. La fórmula Perón-Perón fue la más votada de la historia del peronismo y de la Nación. La inclusión social de los sujetos políticos que habitan nuestra Patria es clave para la victoria electoral. No es con menos, no es con ajuste, no es con moderación ni con excusas. Es con la gente adentro. En el 2011 pasó lo mismo.
¿Pedir más feministas en las listas será demasiado? Tal vez así suene, pero eso de que esta es una discusión secundaria también está caduco. Hay en la práctica feminista otra propuesta de Estado y de hacer político: no es más mujeres, es más feminismo.
De allí que considero central poder pensar en el carácter performativo del Estado. Judith Butler adopta y reformula la concepción de géneros performativos de los aportes de John Austin en referencia al acto teatral (Austin 1962; Butler, 2002)[v]. Butler considera que el poder performativo es efectivo porque invoca por medio del discurso a la ley, que es la convención que sujeta y constituye sujetos. De esta forma el performativo se constituye en el ámbito político porque discute las normas y el orden social.
Se puede entender, entonces, que la performatividad de algún modo contribuye a la transformación social en tanto que evita la repetición mecánica de la misma estructura social opresiva, la cual pierde ratificación -consolidación, reificación- y habilita una actuación – diferente para cada sujeto (Femenías, 2012)[vi]. La performatividad tanto resignifica como constituye intelegibilidad y, más aún, produce efecto en lo material: modifica el mundo.
El imaginario imperante acerca de los cuerpos asocia estos debates al ámbito privado. Sin embargo, como señala Judith Butler (2002), y también el filósofo italiano Giorgio Agamben (2018)[vii], los cuerpos son también producto de una época, de un mercado y de una forma de ejercer la ciudadanía. Así la división taxativa entre lo público y lo privado encuentra grietas ya denunciadas por la segunda y tercera ola feminista.
Articulando esto con García Linera, podemos ver que el Estado nunca es una caja vacía a la que la llenan los Gobiernos, como solían explicarnos cuando éramos pequeños. Los Estados toman la forma que los Gobiernos en interacción constante con la sociedad civil le dan. Así, la creación de los Ministerios de las Mujeres, la Desaparición del Conicet o la implosión del Banco Central dan diferentes formas al Estado. Nota: no sólo en su estructura, sino en su modo de manifestación político-simbólica y en su forma de materializar las demandas que llevaron a ese proyecto político a ser efectivamente Gobierno.
El Estado es una entidad material pero también es un espacio simbólico, productor y reproductor de discursos y sentidos, en donde se pone de manifiesto la lucha entre sectores y proyectos y entre diversas representaciones sociales que lo habitan. El Estado ni siquiera es un todo homogéneo. Si este Estado actual, es el mejor que tenemos pero no alcanza a dar respuestas a las demandas de hoy, es nuestro deber transformarlo, habilitar ese potencial performativo que tienen los mismos sujetos políticos que hemos incluido a lo largo de la historia de nuestro movimiento nacional y popular.
Para ello, creo central también, poder discutir los formatos de poder y organización político militante que nos damos en las bases y en las jerarquías. Tiene que haber lugar efectivo para que el bastón del mariscal no termine siendo un palo en la cabeza. El movimiento peronista y el movimiento feminista tienen ambos un principio ético que se une: la justicia social. Desde allí hay que fomentar nuevas maneras de vincularse con la otredad de nuestra Patria. Sé que suena cursi el amor y todo eso, en momento de odio tan extremo, ¿pero acaso eso no nos diferencia?
Las organizaciones políticas se enfrentan al desafío de comprender que las formas de construir poder según los parámetros tradicionales, hoy no generan sentido social, ni sentido de pertenencia. Cuando se hace referencia a las resistencias, al poder de transformación y liberación se habla del poder popular: este tiene como principio básico el no dominio y los vínculos de igualdad. Esto implica una revisión constante de nuestros prejuicios, estigmas y formas de vincularnos desde la no violencia con lxs otrxs y nosotrxs mismxs.
El conocimiento acumulado en estos años de lucha, pudiendo lograr profundas transformaciones contra poderes hegemónicos; la capacidad de poner por delante lo común, frente a las subjetividades individualizadas; y la potencia de correr los márgenes de lo posible y hacer factible lo que parecía utópico; muestran al fin de cuentas, que tal vez los feminismos populares tengamos mucho que aportar a la hora de los pueblos.
[i] SEGATO R (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo Libros.
[ii] LACLAU E & MOUFFE C (2010). Hegemonía y estrategia socialista. Buenos Aires: Siglo XXI.
[iii] EZCURRA D (2023). Peluca y Patillas. Disponible en: https://avionnegro.com.ar/contextos/peluca-y-patillas/
[iv] GARCÍA LINERA A (2008). La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades
indígenas, obreras y populares en Bolivia. Bogotá: Siglo del Hombre Editores y CLACSO.
[v] BUTLER J (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós.
[vi] FEMENÍAS ML (2012) 2ed. Sobre sujeto y género. (Re) lecturas feministas desde Beauvoir a Butler. Rosario: Prohistoria ediciones.
[vii] AGAMBEN G (2018). El uso de los cuerpos. Homo Sacer, IV, 2. Valencia: Pre-Textos.