Explanada en la loma: tierra desnuda, cielo desnudo. En el centro, un ombú de raíces viboreantes y copa desarbolada. Lisandro, a la derecha del ombú, y Antígona Vélez, a la izquierda, los dos inmóviles, darán la impresión de una estampa bíblica: la pareja primera junto al árbol primero.
Qué es un rostro si no un territorio lleno de preguntas, luchas, deseos, surcado por desacuerdos. Una zona de conquista que supone trabajo. Un rostro es esa parte del cuerpo que solo es visible con otros. Es un enigma en el arte, y cuando se hace cargo de su representación toma el más allá de su continente: los ojos, los labios, el color, las texturas pero también la mirada. Toma la eternidad, lo sin tiempo, una transcendencia, la misma que intenta la fotografía cuando capta una expresión que es para siempre. Un mas allá del recuerdo y un mas acá de todo lo que evoca.
El rostro es para siempre, aunque no perdure en su materialidad porque es desde el nacimiento que la mirada, no los ojos, nos configura y habilita en lo más humano de nuestra humanidad: una subjetividad llena de vivencias atravesada por la historia. Es para siempre desde que el arte, como expresión humana sensible, ha puesto sus ojos sobre los mismos ojos del hombre que ve. El arte es pura ceguera, es desde los ojos hacia adentro y es en esa oscura profundidad que el artista se hace visionario.
No hay rostro si no existe alguien que habilite esa humanidad: el arte y la política son los lazos que vinculan la mirada de unos con otros. Lo humano —de humus, tierra— es el espacio total desde donde el artista político se detiene para ver: el artista que mira la polis. Ese territorio es, finalmente, la rostredad, una comunicación permanente entre el arte y su pueblo.
El retrato como género en la pintura recorre los siglos intentando desentrañar el alma o esa región poco aprehensible donde habita la identidad. Una imagen fija pero también furtiva, porque crear es hacer aparecer nuevas imágenes que circulan e inauguran visiones. El rostro abre posibilidades concretas cuando ver es incorporar mundo. Es tierra compartida y en Antígona Vélez el rostro es territorio: es visión.
Antígona y Lisandro en la obra de Marechal son la pareja primera sentada junto al árbol primero, poetas creadores de una naturaleza viva donde crece lo mundano: el trabajo, los lazos, las celebraciones y el pueblo como rostro.
Pero ¿qué ha visto Antígona sobre la llanura que deforma su rostro?
Lisandro: Ese caballo no saldrá hoy de la Puerta Grande
Antígona: Saldrá ¡y yo con él! ¡ Anoche lo vi tan claro!
Lisandro: ¿Dónde lo viste?
Antígona: En la mirada rota de Ignacio Vélez, en sus ojos abiertos como nunca. No es bueno mirar esas cosas, aprende uno más de lo que debiera.
La visión como anticipación elabora un saber. Antígona ha visto los ojos ahuecados de su hermano por los animales carroñeros, pero también su lucha y su risa. Como también ha visto en los ojos de Lisandro, su enamorado, una visión amorosa que abre un gesto esperanzador sobre aquello que devendrá en trabajo de amor hasta el final.
El rostro de Antígona se vuelve visión más allá del territorio: habilita nuevas tierras y en ella nuevas generaciones. Cuando Antígona entierra el cuerpo de su hermano lo que hace es plantar un nuevo ombú de raíces profundas que dan paso a nuevas conquistas, porque aquello que entierra o siembra durante la noche es una rostretad amorosa. Habilita un derecho sagrado para la cultura y le devuelve a su hermano un rostro ante su comunidad. Es a partir de esa restitución, asumida como acto de amor, que lo político se gesta en el interior de la polis.
Está prohibido ver a Ignacio Vélez muerto en el descampado, lejano, pero hay algo en los bordes que da lugar a la visión. Son las brujas, esas viejas hechiceras que pueden ver con la magia. Y el arte es rostro que ve y enuncia. Antígona también es bruja y tiene un saber. Adivinar no es más que posar la mirada atenta sobre las cosas.
Bruja 1: ¡Lindo fuego, lindo fuego, decía una vieja y se le quemaba el rancho!
Bruja 2: ¿Por dónde?
Bruja 1: Por el lado de montar, yo diría. ¡No hay fuego esta noche!
Bruja 2: Comadre, ¿tiene frío?
Bruja 1: El que me calienta los pies está lejos. ¡Y no hay fogón!
Bruja 2: ¿Quién lo dijo? Esta noche se ha de parecer a una gran olla tiznada, con un gran fuego debajo.
Bruja 1: ¿Y adentro qué se cocinará?
Bruja 2: ¡Una maldad sabrosa, una maldad con hueso y todo!
Bruja 1: ¿Quién te lo dijo?
Bruja 1: El sapo Juan. Es muy cuentero.
Bruja 2: Que Antígona Vélez no se duerma esta noche.
Bruja 1: Antígona Vélez no dormirá. Tiene su corazón afuera.
Bruja 2: ¿Dónde?
Bruja 1: Junto a dos ojos reventados que miran la noche y no la ven.
Los rostros que el arte recoge son aquellos que nacen antes de su representación. Circulan desbocados, están en la calle, se fugan todo el tiempo, tienen esa potencia que funda lo artístico. Se trata del rostro como aparición, un rostromundo, una imagen que se contiene a sí misma por todo aquello que evoca: un momento histórico, una historia personal, recuerdos de una comunidad, la expresión de una estética. Toda sociedad tiene sus rostros, presencias espontáneas que inauguran visiones, abren mundos.
El rostro de Eva Perón, con sus incontadas representaciones y en sus distintas expresiones artísticas es esa clase de apariciones que el arte recoge. Es un rostro hecho de capas que evocan la llanura de donde es oriunda, el rostro cinematográfico del cine argentino en las décadas del 40 y 50, un cuerpo doloroso, lo multitudinario, la voz en sus variados discursos, sus brazos extendidos y ondulantes como gesto de un abrazo total.
La representación del rostro de Eva Perón en la pintura, la fotografía, la escultura, el teatro, pone en escena más que un rostro. El rostro de Eva Perón es poiesis en su sentido más arcaico. Poiesis como el hacer, un hacer del que se hace cargo su voz singular, auténtica, pesada. Una voz que resuena en todo el cuerpo. Excede a su rostro porque en su voz está contenida como semilla la voz de su pueblo. Eva, como Antígona, se vuelve mujertierra que cava durante la noche para sembrar el ombú como gesto histórico en una comunidad que también se da a ver. La visión es en ambos sentidos.
El rostro de Eva Perón es expansivo. En todas las imágenes que la evocan lo pregnante nace de su mirada y se prolonga en la voz. En Antígona Vélez de Marechal regresa cantando porque ha cumplido la labor de enterrar a los muertos. Su canto es en la noche, cerca de las brujas, a la luz de la luna sumida en un clima de poesía que solo el arte puede celebrar. Un acto singular que tiene carácter social, gesto humano, de humus, de tierra hacia donde van los muertos y de donde se anuncia la igualdad humana en su fin.
Eva, como Antígona, pone su voz como canción de la polis. Es un rostro multitudinario que viene de todas las orillas del territorio. Su voz resuena en las radios de cualquier pueblo, una vozcuerpoterritorio que llega también como la imagen de la mujer que hace poiesis en su ver amoroso hacia el rostro del pueblo porque viene de ahí.
Los rostros femeninos del cine argentino de las décadas que van del 30 al 50, llamado cine clásico, nos acercan a figuras populares provenientes del teatro. Desde que el cine argentino se industrializa con la llegada del sonido, entre otros elementos propios del lenguaje cinematográfico, la voz pasa a ser el recurso más sobresaliente en la escena nacional.
Asistimos a una prosperidad cinematográfica tanto en recursos técnicos como en argumentos y la presencia del Estado marca este crecimiento que desemboca en una prosperidad cultural. La ciudad es tema de representación porque alude al crecimiento económico, social, cultural. La ciudad es tema desde los inicios de la década del 30, solo que el cine llega al epicentro de la ciudad desde el arrabal. El tango nace en las orillas, en el conventillo, en los barrios más alejados del centro, es el canto de mujeres y hombres que ponen la voz como queja y suspiro.
Hay voces melodramáticas en su sentido más romántico como la de Libertad Lamarque, pero también las hay en su sentido más arrabalero, como el que habita en la voz y el rostro de Tita Merello. El arrabal no es el centro ni es el barrio, es esa región física y espiritual donde conviven la desesperanza y el trabajo, la lealtad, la comunión entre los inmigrantes, la música popular, el encuentro con los paisanos del interior. Y este arrabal no gestó cualquier voz, porque la voz del arrabal es rastrera y tiene suelo. Es esa mezcla de comunidades que tiene ecos lejanos en la historia argentina.
La voz de Tita es la voz de la mujer que trabaja, educa a los hijos, cuenta con la ayuda de su comunidad. Mercado de Abasto, película dirigida por Luis Demare (1955).
Cuando suena el arrabal en la voz de Tita Merello, suena también la rostredad como un aglutinante de los procesos históricos que el peronismo ilumina hondamente y deja al descubierto, como en un solo paño, a un país que nace en las orillas del río, en los bordes de la cordillera, en la puna. Hecho de todas las regiones y de muchas comunidades, las autóctonas, las asentadas, una comunidad con voz propia, auténtica, creadora de nuevos sonidos, nuevos rostros.
Tita Merello es ese rostro con todos los sonidos populares a cuestas de la mezcla, aunque su voz resuene en el tango como música porteña. Si el tango fue el punto de partida del cine sonoro como cine de industria, no lo fue solo porque la técnica permitió su desarrollo, el tango vive en el conventillo como género musical que hace sonar otras músicas, despliega la imagen del mundo sainetero del teatro, esa convivencia esperanzadora de un grupo de gente que busca ser comunidad y se encuentra visibilizada en el cine a través de la vozrostro de una cancionista popular. Una vez más, esa correspondencia de la mirada creativa y sensible que habilita la fusión entre el arte y la política en un momento en el que no solo el cine se deja ver en su madurez como lenguaje, sino que su madurez se encuadra en una madurez cultural propia del peronismo.
La voz de Eva Perón en cada uno de sus discursos es una voz emparentada al tango por el volumen que alcanza su materialidad, su precisión, los giros, sus cortes. Su voz es una voz pública, popular, humana, de humus, territorial.
Antígona Vélez tiene la visión de Eva Perón, Eva Perón la voz de Tita Merello y Tita Merello el rostro de Eva. Una mezcla de rostros que el peronismo representa estética y políticamente.