¿Qué es lo que vibra en una lengua? Hablo de una lengua pública, sometida al escrutinio de quienes quieren rebatirla, consentirla o enriquecerla sumando al debate público otras, todas las lenguas posibles. Escucharlo a Horacio González – presumo que leerlo también – es una experiencia que no adjetivo en honor al decoro y la discreción. Basta con llamar experiencia a ese momento que no pasa inadvertido y, una vez consumado, queda disponible, a tiro, en los pliegues de la memoria. Basta además – para nuestra fortuna – escribir su nombre, en la bitácora audiovisual, y recuperar innumerables cursos e intervenciones, el rescoldo de una lengua a la vez prudente y dramática.
En una conferencia cuyo objeto era el denominado pensamiento nacional y la figura de Manuel Ugarte, lo escuché a Horacio González iniciar su alocución diciendo “Manuel Ugarte fue…” directamente, sin más, esquivando los prolegómenos, las proclamas y agradecimientos de ocasión. No por ingrato, naturalmente, sino en razón – permítanme – de un misterio, de una intimidad con una audiencia a la cual no le reconocía mediaciones y, al mismo tiempo, la podía reconocer esquiva de oficio o por oficio. Epistemología de la sospecha. Y Ugarte fue, entonces, autoafirmación nacional, reformismos dieciochescos, la América española como problema. Y también discontinuidades, retornos, exhumaciones, equivalencias imperfectas, política y melancolía. Al cabo de 45 minutos, me llevé un Ugarte herido, el Ugarte de Horacio. Me llevé una idea lírica de Ugarte sostenida en un registro cansino (era tarde y, otrora, el tabaco cargaba el ambiente) y en una lengua despojada de signos diacríticos.
Examinar la cadencia de Horacio es otra experiencia, de un compromiso mayor a la mera escucha. Hay algo en el fraseo de cita secreta, de flaca fuerza mesiánica legada desde los márgenes. Pausas e inflexiones en razón de una palabra, si no justa, al menos no desdichada. En ocasión de un homenaje a Nicolás Casullo, Horacio aludió a “la saga de los Montoneros” raudamente, al paso, como parte integrante de la naturaleza mítica del peronismo o, quizás, como condensación de un testimonio generacional. Podría haber hablado de “historia”, “de fenómeno” o de “cuestión montonera” prestándole al objeto la debida y sacrosanta distancia o devorárselo de un bocado acudiendo a la “pasión” o a la “tragedia”. Hay en la lengua de Horacio un último momento de retracción en favor de una pedagogía amable y exigente. La lengua docente, la del hijo plebeyo de la universidad pública, le termina ganando al lenguaje recursivo del paper o al cifrado insumiso de la ensayística nacional.
Durante la guerra de Malvinas, las diferentes colonias de exiliados, repartidas por el mundo, se vieron surcadas por una encrucijada que puso a prueba las convicciones y el sentido de pertenencia con una Patria que podía resultar, para algunos, más lejana de lo habitual. La contradicción se presentaba palmaria pero no por ello menos desgarradora. ¿Reivindicar soberanía sobre las Islas equivalía a apoyar a la Dictadura? En Brasil, Horacio recorrió, junto a sus compañeros, el desfiladero que implicaba sostener el apoyo a la causa mientras se denunciaban los crímenes de estado acompañado por una preocupación específica por la suerte de los conscriptos. Treinta años después en un amable debate televisivo – rara ave -, las mismas contradicciones se dieron cita. ¿Gesta o aventura? ¿Héroes o víctimas? Horacio, en tributo a León Rozitchner, ensayó el argumento por el cual existió un hilo de continuidad entre la “guerra sucia” y la “guerra limpia”. Categórico, como contadas veces, habló de patrioterismo, de aventurerismo. Habló, incluso, de falsos héroes. Inclinado a dimensionar el conflicto militar de otra forma, cercana a la que argumentaba el interlocutor de Horacio, advertí, mientras miraba, una nueva inflexión. Horacio, reconocido en el fragor, volvió sobre sus palabras y puso a los héroes en su lugar, sin distinción. “Son héroes”. Lengua reversible, después de todo, piadosa y conectada con la vida de nuestro pueblo.
“La cultura rock creó más jerarquías que la General Motors” Así, como si nada, nos soltó Horacio González esa ocurrencia, esa provocación, cuya validez se ceñía estrictamente a la conversación que estaba teniendo con un grupo de entusiastas. Estábamos en la BN invitándolo a una de las tantas mesas a las cuales Horacio asistía, generoso, apenas preguntando de qué iba la cosa. En la chanza se concentraban las ironías de la historia, como tópico, y algo de la picaresca de la lengua de las redes sociales, a las cuales Horacio no era adepto aunque se podría especular, jugar, con cómo hubiese sido su performance en ellas. Según recuerdo una cuenta fake, en su momento, navegó esa posibilidad sin demasiadas repercusiones.
Hay pocas comillas en este texto. Deliberadamente. Hay expresiones prácticamente transcriptas de sus alocuciones intercaladas con otras adaptadas para que cuadren del mejor modo posible. Su influencia, naturalmente, es total. Y, difícilmente, la podamos expresar, en forma fidedigna, limitándonos a observar las normas APA. Quedan las palabras, los gestos, la memoria, todo un legado para honrar los que tuvimos la suerte de tratarlo en alguna oportunidad.